Opinión

Los medios masivos y los valores

Que los grandes medios masivos que se expresan en Uruguay responden a intereses ajenos a una propuesta progresista es un hecho que nadie puede negar. A través de ellos la clase dominante reproduce el modelo cultural funcional al mantenimiento de su hegemonía, y aunque el país está gobernado por una fuerza de izquierda, esos grandes medios no ven en absoluto menguada su libertad para seguir transmitiendo valores antitéticos a los del modelo popular que el Frente Amplio se propone desarrollar desde el gobierno.

En lo que a la televisión se refiere, es notorio el acento puesto en la crónica roja a la que todos los informativos televisivos de los canales privados dedican un alto porcentaje de su tiempo; se detienen morosamente en imágenes truculentas y en dolorosos testimonios de las víctimas de algún hecho desgraciado. Cuando se cuestiona esto último, los canales aducen que “es lo que la gente quiere ver, lo que la gente espera que le muestren”, en una postura cínica e inmoral. Soslayan así -u omiten deliberadamente- algo obvio: que con ese impudor están fomentando y alimentando el lado morboso del alma humana, una faceta oscura que, si bien es difícil de erradicar, seguirá potenciándose en la medida que se la abone por medio de la obscenidad. A esto se suma, además, que con esa forma de informar, se exacerba notoriamente la sensación de inseguridad que vive la población.

Con ser esto grave, no lo es todo. En efecto, a través de los canales privados los uruguayos reciben toda una cultura funcional al sistema, una escala de valores que propone gustos, modas y comportamientos, ajenos a nuestra idiosincrasia. La cosa no sería grave si esos valores propendieran a modificar pautas negativas de nuestro ser, pero el hecho es que ofrecen modelos globalizadores que, cuando no son francamente inmorales, son, al menos, de una banalidad alarmante. En este aspecto, vale lo mismo que para el acento puesto en la crónica roja: en la medida que se bombardee al televidente con programas frívolos, la estulticia innata que puede anidar en el alma humana se ve abonada y potenciada.

No se trata de rechazar lo superfluo ni de censurar la necesidad de distracción que todos tenemos; es muy saludable jugar a las cartas, salir a bailar, leer una novela policial, ver una película intrascendente o una serial de televisión medianamente bien hecha. Pero lo que sí debemos rechazar es la “tinellización” del entretenimiento.

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