tiempos modernos
Publicado el miércoles 5 de junio, 2013
Con la excepción tal vez de José Batlle y Ordóñez, me atrevería a afirmar que no hay en Uruguay, en sus 183 años de existencia como país independiente, un presidente tan destacado como Mujica; debo aclarar que con el adjetivo ‘destacado’ no quiero decir que sea el mejor, sino que es el que más notoriedad ha adquirido en razón de sus cualidades humanas.
Me pongo a repasar la historia y, francamente, no encuentro otro presidente uruguayo que haya despertado el interés que despierta Mujica ni la atención que se le presta en todo el globo. Supongo que si Wilson Ferreira Aldunate hubiese llegado a la Presidencia, es probable que hubiera logrado el destaque que merecía, porque no obstante ser una personalidad bien diferente de Mujica, tenía un charme especial y un poder de seducción que, junto a su portentosa inteligencia, lo convertían en alguien que no pasaba inadvertido. La derecha se encargó de impedirle el acceso al gobierno, y así nos perdimos la oportunidad de tener un presidente excepcional. Pero en fin, de nada vale lamentarse.
Hemos tenido, entre nuestros gobernantes, estadistas de relieve; pienso en Bernardo P. Berro, en don Pepe Batlle, en su sobrino Luis, en Luis A de Herrera, y pará de contar. El resto es bastante anodino por más que haya habido hombres probos, cultos e inteligentes. Son esos que inundaron el nomenclátor montevideano aunque la inmensa mayoría de los vecinos ignora la razón de que una calle lleve su nombre. Ahí están Juan L. Cuestas, José Serrato, Martínez Trueba, Germán Barbatto (el del aerocarril de Malvín), Aquiles Lanza, Baldomir (el del “golpe bueno”), Ferrer Serra, Eduardo V. Haedo (el que mateó con el Che en su casa de Punta del Este)… y tantos otros.
En cambio, José Mujica, con su estilo tan peculiar, con su imagen de austeridad, con su franqueza, su sencillez, su lenguaje popular campesino, con todas esas características, fue blanco de los ataques de la derecha vernácula, que usó esos rasgos de su personalidad para combatirlo, para intentar ridiculizarlo, para demostrar que su imagen es lo opuesto al ‘physique du rôle’ que es dable esperar de cualquier persona que ocupe la primera magistratura. Resulta gracioso ver cómo aún hoy el pitucaje se rasga las vestiduras y llora y se lamenta de que ese outsider mal entrazado que comete barbarismos al hablar haya sido elegido presidente.
Pero lo que más le duele a la derecha tarambana es que todo ese conjunto de características que la horrorizan es lo que cautiva al resto del mundo. Probablemente, esos atildados descendientes del patriciado suponían, esperanzados, que Pepe fuera, si no repudiado, al menos ninguneado por los líderes políticos del mundo entero; pero las cosas no salieron como esperaban, y todo fue exactamente al revés: Mujica despierta simpatía, sorprende gratamente a gobernantes y empresarios extranjeros, se abraza con el rey de España; el Papa Francisco no oculta su admiración por este ateo (¿o agnóstico?) cuya sensibilidad por los más infelices lo aproxima a los valores del auténtico cristianismo. Su presencia genera expectativa en cada comarca que visita, los medios locales le dedican espacios destacados, las autoridades lo oyen con atención, la gente sencilla lo aclama…
Por eso digo: no hay con qué darle.
Julio Guillot - Periodista