CAPITALISMO FINANCIERO
La declinación del Estado benefactor es un fenómeno suficientemente estudiado. Podemos decir que el comienzo fue la caída de la tasa de ganancia de las empresas estadounidenses, a lo que se combinó el aumento de los precios del petróleo en los años setenta. No obstante, lo central fue la transformación estructural del capitalismo, que empezó a girar en torno al sector terciario en vez de hacerlo alrededor del secundario.
De pronto, el mundo ceñido a la industria y a la clase obrera había concluido y ahora, lo que crecía eran los servicios y el inquieto movimiento financiero.
Asimismo, el advenimiento de la “tercera revolución tecnológica” redujo el empleo industrial conservándolo –en parte- en los países periféricos donde el ajuste de los costes se realizaba con continuadas reducciones salariales y no por el uso de las nuevas tecnologías.
Con la caída del poder obrero, a lo que se sumó la estrepitosa debacle del socialismo real (sin olvidar la contrarrevolución norteamericana de los setenta y ochenta), la queja social dejó de amenazar a la parte del Estado que se dedica a la administración pública. De este modo, la mesa de negociaciones: gobierno, capital y trabajadores, se obsoletizó. Las fuerzas anticapitalistas se debilitaron y las organizaciones políticas de izquierda dejaron de definirse como revolucionarias para pasar a ser soldados de la democracia.
En cuanto a los gobiernos neoliberales, aprovecharon la declinación del modelo de acumulación anterior y aprovechando el escenario político desfavorable a los extinguidos ímpetus revolucionarios, atropellaron al mundo imponiendo el tristemente célebre Consenso de Washington. Un decálogo fuertemente defendido por el BM y el FMI, instituciones de crédito que apoyaban las economías tercermundistas crónicamente endeudadas. Ahora, la manera de encarar las deudas gubernamentales, muchas veces incrementadas por administraciones de facto, fue a través del disciplinamiento del gasto, el encogimiento del aparato de gobierno, así como agremiarse a la causa neoliberal.
En efecto, durante los años ochenta y noventa del siglo pasado, Estados Unidos impuso el neoliberalismo, vendiéndolo como el proceso necesario para la modernización de nuestros países, obteniendo como resultado naciones con economías abiertas al capital globalizador.
Hablamos de la privatización de empresas públicas, precarización del empleo, reducción de la inflación en base a un gran costo social, declinación de la planta productiva nacional favoreciendo las importaciones, a lo que se debe agregar la asistencia a la inversión extranjera, empresas auxiliadas con la más nefasta elusión y evasión fiscal, sin desdeñar que para que ella amarre a nuestros puertos, debe darse el más absoluto control de la queja social. Para ello nada mejor que la desindicalización, la flexibilidad de la contratación laboral y el abandono de cualquier aspiración transformadora que no asegure la perpetuación del mercado capitalista.
El mundo se arrodilló ante el gran capital y los gobiernos promotores insistieron hasta el cansancio en que el dolor de hoy aseguraba la felicidad de mañana.
Las consecuencias, transcurridas tres décadas de impulsar ese modelo económico, están a la vista. Países desarmados productivamente, con desocupación creciente y poderosos bolsones de pobreza. Una masa inocultable de gente endeudada, pérdida de la seguridad laboral y sensación de orfandad en tanto sujetos sociales.
En la actualidad son pocos los que defienden al Consenso de Washington y a todos aquellos que lo impusieron. Hoy la palabra mágica de toda campaña electoral es el cambio.
El problema es que el cambio es una promesa falsa. Si el capital financiero es cincuenta veces mayor al productivo, el dos por ciento de la población mundial concentra el cincuenta por ciento de la riqueza mundial y los grandes corporativos controlan el setenta por ciento del comercio internacional, ¿cómo puede cambiar tal status que además está protegido por un ejército con novecientas bases repartidas por todo el orbe y destina la mitad del presupuesto de su país a la defensa?
Por lo que vemos, los gobiernos más sensibles a la causa popular lo más que pueden hacer es administrar la pobreza, pero en lo sustantivo, el mundo continúa circulando alrededor del gran capital (sobre todo el financiero). Un capital que amanece todos los días para reproducir lo que sólo puede definirse como locura, sin percibir en el horizonte cuándo y quién concluirá la destrucción las bases de lo que entendemos como humanidad. Un cuestionamiento tan lícito en los noventa como en los días que corren.
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