tiempos modernos

Elecciones a la italiana

En medio de la crisis que sacude a Europa (y sobre todo a las naciones mediterráneas), la península que tiene forma de bota está eligiendo a sus gobernantes.

Desde que los hermanos Rómulo y Remo fueron rescatados y amamantados por una loba, Italia nos ha regalado figuras de la talla de Julio César, Marco Aurelio, Séneca, Horacio, Virgilio, Dante Alighieri, Leonardo Da Vinci, Botticelli, Rafaello Sanzio, Corelli, Vivaldi, Goldoni, Pirandello, De Sica, Fellini, Scola, Gramsci, Moravia, Pavese, Umberto Eco, las pilchas de Benetton, Paolo Rossi…

De la península llegaron -en el siglo XIX y hasta la mitad del XX, en sucesivas oleadas- inmigrantes que se aquerenciaron, laburaron como hormigas y dejaron una impronta indeleble en nuestra cultura. Las pastas en todas sus variedades, acompañadas de bon vin y una grappa digestiva en la sobremesa, son parte del legado maravilloso de aquellos humildes pioneros que ayudaron a poblar el joven país.

Creo innecesario decir que soy un admirador incondicional de la cultura italiana pues seguramente el lector ya lo había adivinado. Pero esa admiración y cariño que profeso hacia los entrañables tanos no me ciega al punto de ocultar la perplejidad y el rechazo que siento por ciertas adhesiones políticas de los descendientes de Garibaldi. Me refiero, concretamente, al éxito inexplicable de dos personajes que no consigo entender: Mussolini y Berlusconi.

Que un tipo como Benito Mussolini se haya convertido en líder político con una adhesión mayoritaria del pueblo, es algo que no me entra en la cabeza. En fin, eran otros tiempos (altri tempi) en que florecieron los regímenes autoritarios por doquier y el fascismo fue percibido como una opción para salir de la crisis; y no solo en Italia y Alemania.

Pero que hoy, a comienzos del tercer milenio, un tipo como Silvio Berlusconi haya llegado al poder en Italia, es algo menos explicable aun que el ascenso de Mussolini. ¿Qué le vieron a ese patán multimillonario, lascivo y jodedor? Un tipo que, para satisfacer su lujuria –medio senil ya– debe contratar los servicios de jóvenes hetairas (si son norafricanas, mejor, con ese toque exótico tan erótico, ¿verdad, Silvio?).

¿Cómo se explica que, después de los escándalos sexuales y de las denuncias de corrupción, Berlusconi siga concitando adhesiones en el electorado italiano y haya estado a punto de volver al Palacio del Quirinal?

Mientras escribo estas líneas, los cables van confirmando la victoria de la coalición de centro-izquierda. ¡Qué alivio! Pero por otro lado, es insólito el éxito del candidato outsider Beppe Grillo, una suerte de Pinchinatti italiano, con la diferencia de que Espalter no llegó al extremo de postularse en serio.

Y si a todo esto le sumamos la alta abstención, el panorama no es muy alentador. El descreimiento de la gente, el escepticismo, la prescindencia, el individualismo, son los enemigos de la democracia.

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