Opinión
Autoridades culturales alzaron su voz cuando se dieron de frente con el siguiente hecho: los de la “iglesia” –en realidad son puestos de venta, shoppings de la magia–Dios es amor se quedarían con el Cine Teatro Plaza, un edificio ícono de la cultura en la ciudad, por donde han pasado memorables figuras del arte escénico y la música, tanto locales como internacionales. Lo compraron sin mirar el precio y al parecer ofreciendo superar otras ofertas sin conocerlas. Les sobra la plata.
Por supuesto no quiero que un cine más -porque son muchos los que estas gentes han comprado en todo el país- vaya a parar a manos de estos poderosos empresarios de la fe.
El caso es que estas alarmas llegan tarde.
Este flagelo social ya echó raíces en Uruguay y está entre nosotros desde la década de los noventa. Los dejaron crecer y ahí tienen los resultados. Bajo la libertad de cultos se escondió y se esconde una gran estafa. Se rieron en la cara de todos los gobiernos, los anteriores blanquicolorados y los actuales de izquierda. Funcionó el “como no me tocan a mí…”, sin tomar responsabilidad de que nos tocaban a todos y a todas. Como los que nos quejábamos de sus ataques de intolerancia religiosa éramos solo los “macumberos”, no pasaba nada.
Los primeros fanáticos que compraron cines en Uruguay son los Pare de Sufrir, que aún están en el Trocadero mientras se hacen la catedral en 18 y Beisso con dinero estafado al Estado brasileño, o sea al pueblo del hermano país.
Esos sí que van a desfigurar el paisaje urbano y cultural y a establecer un jalón más, casi definitivo, en la arquitectura y en la idiosincrasia capitalinas, justo en el corazón de nuestra Montevideo, como monumento a su poderío ya político.
La iglesia Universal del Reino de Dios así como los Dios es Amor, no son religiones, y ahí está el primer error y el peligro del descontrol histórico; son sectas fundamentalistas que idiotizan a la gente mientras les sangran dinero y bienes. Luego nadie les pide cuentas de tales fortunas –aunque estén procesados por fraude al fisco y lavado de dinero en Brasil, como el caso de la IURD– y así sigue su enriquecimiento ilícito a costa de la calidad de vida de las personas, que a veces dejan de tomar medicamentos porque ellos “venden” que lo curan todo. También se les podría achacar ejercicio ilegal de la medicina.
Por algo no participan en ningún diálogo interreligioso ni se abren a la prensa cuando son convocados. No desgastan tiempo en lo que no sea su “negocio”, al parecer y hasta ahora, redondo.
Que compren cines casi es lo de menos, con sus multimillonarios capitales compran medios de prensa masivos, conciencias colectivas e individuales y hasta si los demandan, compran sentencias judiciales. Lamentable lo del próximo destino del cine Plaza como templo neopentecostal, pero es una cuenta más del collar en la devastación moral que ejercen estos fundamentalistas que se dicen religiosos, a vista y paciencia de quienes podrían hacer algo y permanecen omisos.
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