editorial
Como toda ley fundamental de un régimen democrático, nuestra Constitución consagra la más absoluta e irrestricta libertad religiosa. Al respecto, el artículo 5º establece claramente:
“Todos los cultos religiosos son libres en el Uruguay”. Y a continuación proclama la laicidad: “El Estado no sostiene religión alguna (…)”. Finalmente, declara “exentos de toda clase de impuestos a los templos consagrados al culto de las diversas religiones”.
Esa libertad de cultos debe entenderse, como sostiene Korzeniak, en el sentido de la libertad de elegir la creencia en una determinada religión, así como el derecho a practicar sin obstáculos los rituales de dicha creencia. Naturalmente que este último derecho puede verse restringido si los rituales exigidos por una religión vulneran los derechos de los demás o colisionan con los valores e ideales democrático-republicanos o con los principios del derecho; por ejemplo, una religión entre cuyos rituales estuviera la práctica de sacrificios humanos no gozaría de la libertad consagrada en la Constitución. Pero respetando las leyes y principios morales, cualquier individuo es libre de adherir a la mitología que estime adecuada o, incluso, de crear una cosmogonía propia y establecer los ritos más acordes con su fe.
Teóricamente, y de acuerdo con el texto constitucional citado más arriba, nada objetable hay en el hecho que una congregación religiosa cualquiera adquiera un inmueble apto para sus ritos. De hecho tal fue el destino de varias salas cinematográficas montevideanas (ex cines Liberty, Miami, Radio City, Trocadero…).
Lo que está en juego en todo este asunto de la venta del cine-teatro Plaza a la Iglesia de origen protestante Dios es Amor es en un todo ajeno a cuestiones religiosas. El rechazo al negocio de compraventa no implica un rechazo a ese credo, sino que obedece a la alarma generada por la progresiva desaparición de salas cinematográficas emblemáticas, convertidas ora en templos, ora en supermercados.
De lo que se trata, en definitiva, es de preservar el acervo arquitectónico de la ciudad (para que Montevideo no sea una “ciudad sin memoria”) y, también, en busca de mantener una actividad cultural emblemática, con espectáculos y recitales de buen nivel.
El Centro de la ciudad no necesita más templos. Necesita, sí, recuperar aquella antigua dinámica que lo caracterizaba.
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Su bandera en la campaña electoral fue recuperar los espacios perdidos por el club a nivel político. Pues, tras lo ocurrido en el clásico, Eduardo Ache salió en varios medios de prensa formulando declaraciones fuertes, tal cual es su estilo.
En un extenso comunicado, Peñarol dio su posición oficial sobre los incidentes en la noche del clásico. A continuación, extractamos los párrafos más importantes del mismo:
Uno de los clásicos más recordados fue el del 19 de abril de 1990, cuando liderados por el “Pelado” Peña y Trasante terminaron todos a las piñas. Al otro día se encontraron en el Juzgado, se olvidaron de la pelea y se dieron cuenta del gran error cometido.
Un procedimiento policial realizado a una persona en la medianoche del pasado miércoles en el barrio Carrasco terminó por develar un accionar que, aparentemente, es usual en nuestra ciudad.
El director de la OPP, Enrique Cabrera, señaló que solo el 1% de las patentes (unas 20 mil) no pudo cargarse al sistema por darse una duplicación de padrones. De esa cifra, en unos 8 mil casos –pertenecientes a Montevideo, Canelones y Río Negro– el propietario no pudo pagar, por lo cual se les prorrogó el plazo hasta el 31 de enero.
El juez de feria Alejandro Guido no resolvió si concede o no la prisión domiciliaria al militar José Nino Gavazzo, quien se encuentra internado en el Hospital Militar.