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La dinámica cultural del Centro

editorial PUBLICADO el Miércoles 16 de enero, 2013
La República Digital

Como toda ley fundamental de un régimen democrático, nuestra Constitución consagra la más absoluta e irrestricta libertad religiosa. Al respecto, el artículo 5º establece claramente:

“Todos los cultos religiosos son libres en el Uruguay”. Y a continuación proclama la laicidad: “El Estado no sostiene religión alguna (…)”. Finalmente, declara “exentos de toda clase de impuestos a los templos consagrados al culto de las diversas religiones”.

Esa libertad de cultos debe entenderse, como sostiene Korzeniak, en el sentido de la libertad de elegir la creencia en una determinada religión, así como el derecho a practicar sin obstáculos los rituales de dicha creencia. Naturalmente que este último derecho puede verse restringido si los rituales exigidos por una religión vulneran los derechos de los demás o colisionan con los valores e ideales democrático-republicanos o con los principios del derecho; por ejemplo, una religión entre cuyos rituales estuviera la práctica de sacrificios humanos no gozaría de la libertad consagrada en la Constitución. Pero respetando las leyes y principios morales, cualquier individuo es libre de adherir a la mitología que estime adecuada o, incluso, de crear una cosmogonía propia y establecer los ritos más acordes con su fe.

Teóricamente, y de acuerdo con el texto constitucional citado más arriba, nada objetable hay en el hecho que una congregación religiosa cualquiera adquiera un inmueble apto para sus ritos. De hecho tal fue el destino de varias salas cinematográficas montevideanas (ex cines Liberty, Miami, Radio City, Trocadero…).

Lo que está en juego en todo este asunto de la venta del cine-teatro Plaza a la Iglesia de origen protestante Dios es Amor es en un todo ajeno a cuestiones religiosas. El rechazo al negocio de compraventa no implica un rechazo a ese credo, sino que obedece a la alarma generada por la progresiva desaparición de salas cinematográficas emblemáticas, convertidas ora en templos, ora en supermercados.

De lo que se trata, en definitiva, es de preservar el acervo arquitectónico de la ciudad (para que Montevideo no sea una “ciudad sin memoria”) y, también, en busca de mantener una actividad cultural emblemática, con espectáculos y recitales de buen nivel.

El Centro de la ciudad no necesita más templos. Necesita, sí, recuperar aquella antigua dinámica que lo caracterizaba.

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