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debate

De los templos a las plazas, lo religioso y sus cambios

Lic. Nicolás Iglesias
Trabajador social
PUBLICADO el Miércoles 16 de enero, 2013
La República Digital

Aunque vivimos en un país donde lo religioso ha sido ninguneado, ocultado o hasta negado de la esfera pública en casi todo el último siglo, parece ser que hay una serie de fenómenos de reaparición de lo religioso que se consolida. Algunos son hechos puntuales y otros son debates culturales, que ponen sobre el tapete temas de fondo, como es el vínculo del Estado con las religiones, la intervención o no del Estado sobre este ámbito, la laicidad, las exoneraciones impositivas para los grupos religiosos y otros temas que entran en la rueda de discusión.

Desde hace algún tiempo, experiencias y hechos religiosos salen de lo privado a lo público. Hemos visto que personalidades religiosas, políticas y sociales se encuentran en la arena pública sin tapujos.

De los cines a los templos, el negocio de la fe

Desde hace varios meses se comenta la posible venta del Cine Plaza, y desde hace un par de meses era conocido el interés de la iglesia “Dios es amor” en la compra. La posibilidad de que el Cine Plaza corriera la misma suerte que varias de las grandes ex-salas de cine de Montevideo era conocida. Pero en Uruguay aún estamos acostumbrados a llegar a la misa a la hora de decir el “amen”.

El hecho reciente de que el Cine Plaza fuera comprado por la Iglesia “Dios es Amor” removió algunas discusiones viejas y otras novedosas para la escena política uruguaya.

Se ha consolidado una expansión de grupos religiosos con poderío económico, que aumentan su presencia en medios de comunicación y en puntos claves de la ciudad. Este fenómeno se da en una sociedad donde predomina la lógica del libre mercado económico y religioso, donde el Estado no regula lo religioso y tampoco la compra del patrimonio cultural.

Frente a estos hechos, aparecen algunas euforias antirreligiosas. Resurge la propuesta de que todas las religiones pierdan la exoneración brindada por el artículo 5 de la Constitución; surgen otras propuestas que plantean que no se instalen más iglesias en la avenida principal de nuestra ciudad, llegando al punto de la expropiación de un edificio que compra determinada iglesia.

Aunque la mayoría de los uruguayos y las uruguayas podamos tener un concepto muy crítico sobre el actuar de grupos religiosos como “Pare de Sufrir” o “Dios es Amor”, es un hecho fehaciente que en Brasil, Argentina e incluso en nuestro país tienen denuncias por discriminación, lavado de dinero, manipulación y corrupción. Sin embargo, una decisión como la de la expropiación debe superar el caso particular y también el inmediatísmo que genera la noticia. Ya que semejante acción genera precedentes que también podrán ser leídos por otros grupos como un recorte a la libertad religiosa.

Derechos culturales y religiosos, discusiones pendientes

En la propuesta de expropiar un edificio a “Dios es amor” cabe reflexionar en torno a algunos cuestionamientos:

¿Cuál es el vínculo del Estado uruguayo con las religiones, más allá de la separación de iglesia y Estado, de la gestión de políticas sociales con organizaciones religiosas y de una actitud históricamente apática? Creo que el Estado uruguayo debe vincularse, conocer y regular lo religioso. Es menester pasar de la subestimación de lo religioso como hecho cultural, social y político a la valoración y discusión sobre lo religioso en todas sus dimensiones.

Una propuesta concreta, ya realizada por el Diálogo Interreligioso Uruguayo, es la creación de una dirección o secretaría de cultos y asuntos religiosos (como existe en la mayoría de los países) en la esfera del Ministerio de Educación y Cultura. En este marco también cabría la posibilidad de abrir la discusión profunda en torno a qué es, o no, un culto religioso; si la religión es parte de la cultura o no; cómo se define, etc. Esto es necesario para no poner a todos los cultos en “la misma bolsa” y para poder tomar medidas propositivas en lo referente al diálogo entre religiones y el Estado; lo cual puede ser una contribución a disminuir la intolerancia y combatir aquellos fundamentalismos que no promueven una sociedad más plural, humana, inclusiva y justa.

La pregunta que queda abierta es: ¿Qué hacer cuando se mercantiliza la fe? ¿Cómo regular la presión que realiza el poder económico sobre el patrimonio cultural (edificios, medios de comunicación, etcétera)?

En este momento, necesitamos generar una discusión que trascienda el hecho puntual de la compra del Cine Plaza y pensar globalmente qué cultura, qué ciudad y qué medios de comunicación queremos.

Hasta que el Estado no establezca una política de regulación que coloque el patrimonio cultural por sobre los intereses económicos particulares, seguirá dominando la ley del mercado.

Es imprescindible desarrollar una política cultural que incluya todas las dimensiones y sectores que no tienen acceso a los medios y a las grandes avenidas. Para ello es necesaria una ley de medios que no esté dominada por los intereses del empresariado, una política para el uso de la ciudad con criterios claros e inclusivos y una dirección o secretaría de cultos y asuntos religiosos que regule todo lo referente al tema (exoneraciones, impuestos, educación, etc.).

Al fin de cuentas, el hecho de la venta del Cine Plaza y la compra por parte de la Iglesia “Dios es amor”, de alguna manera nos alerta de la necesidad de una reflexión mucho más compleja y profunda.

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