siria
Nada espontáneo rodea a la “primavera árabe en Siria”.
Los descontentos marcados por las protestas fueron canalizados por estructuras políticas, ideológicas y religiosas armadas. Esta situación superó por lejos los comienzos de la “primavera” en Siria, donde los sectores sociales ligados a las labores agrícolas no habían podido encontrar un equilibrio de subsistencia. Su alto índice de desarrollo demográfico en Siria (y la mayoría de los países árabes), fue el detonante social ante un régimen sin respuestas a los cambios.
Todo comenzó con el alzamiento en Homs y Hama, continuando por el resto del país. En 1970, Hafez Al Assad, del partido Baaz de la secta Alauita, derivada del chiísmo, se apoderó del poder. Assad logró estabilidad política a costa de una tiranía basada en el temor y en el asesinato, sin libertades políticas. Esta dinastía entre padre y su actual hijo Bashar Al Assad lleva 40 años de gobierno basada en la milicia y las fuerzas de seguridad para sostener la presidencia.
En los últimos años la pérdida del apoyo de los grandes intereses empresariales y su crisis de petróleo, que determinó que de exportadores pasaron a importadores, debilitaron su interna. Durante el 1982 los sirios apoyados por Irán crearon el grupo Hezbollah generando una desestabilización del Líbano, debilitando a los cristianos en el poder, que fueron diezmados por intervenciones militares y atentados para poder comenzar a dominar políticamente el país de los Cedros de parte de los islamistas de Hezbollah.
Siendo Siria un país secular, sin embargo siempre existió una fragmentación religiosa, política y social que solo calló por décadas, por la represión y la prohibición de partidos políticos. En décadas atrás, por ejemplo, 20 mil opositores fueron asesinados en días por Hafez, que reprimió a la principal oposición: los Hermanos Musulmanes, y también los comunistas. En la actualidad los rebeldes, que en su mayoría son sunitas, tienen algunos de ellos la identificación con Al Qaeda y se enfrentan a las minorías de Assad, como chiítas, alawitas y drusos entre otros, que están respaldadas por Rusia e Irán, sus principales aliados.
Hezbollah recibe financiamiento directo de Irán y participa en el esfuerzo por sostener al presidente sirio Bashar al-Assad. La herencia de fragmentación social dejada por H. Assad, que creó todo un sistema de organizaciones, de las que se valía para repartir prebendas y privilegios –al tiempo que abría feudos en cada grupo social- entre obreros, campesinos, estudiantes, militares, sectores profesionales, empresarios, mujeres, jóvenes, etc., agrupadas en torno al partido único con el que había monopolizado el poder y dominado a la sociedad. Esa subdivisión, aún hoy existente, explica en gran medida el porqué de la adhesión a la figura del dictador todavía presente en lugares clave de la sociedad siria, es decir, la impunidad con la que ha podido cometer sus crímenes sin que le salpique la sangre en la conciencia: un ejército de cómplices le ha servido de escudo y ha inmunizado su moralidad; y temen ser juzgados con la caída de Assad.
La posible salida de Al-Assad del poder tendría efectos que modificarían el mapa regional: la transferencia de ojivas no convencionales, biológicas y químicas, por parte del actual gobierno sirio al grupo terrorista Hezbollah, acarrearía inevitablemente una operación militar a gran escala de Israel, que vería amenazada su subsistencia. El reciente asesinato en Beirut del jefe de la inteligencia, Wisam al Hasan, con un coche bomba que dejó otros dos muertos y más de cien heridos, acompañados con choques armados en Beirut y otras ciudades, demuestra cómo Hezbollah intenta enrarecer la situación en el Líbano para generar un apoyo indirecto a Siria y fortalecerse ellos, arrastrando a una guerra civil.
Hezbollah mantiene una milicia más fuerte que el propio ejército libanés. Por otra parte la geopolítica de Rusia y China se vería empequeñecida con la derrota de su aliado Assad, que junto a Chávez en Venezuela, aprueban y apoyan cualquier dictadura de la región si está alineada contra los estadounidenses (igual situación se planteó con Gadafi en Libia). La filosofía política dice: “carecemos de ética, solo hay intereses”.
En el plano local la hipotética expulsión de Al-Assad extendería el conflicto a la guerra civil poniendo en riesgo la integridad de las minorías locales y de Siria como país.
De esta manera la “primavera siria” quedó relegada y anulada por el poder de cada minoría. Recomponer la fragmentación social, obra desintegradora de Assad para poder continuar en el poder, imposibilita hoy las aspiraciones de las protestas sociales y democráticas. Dicho espacio fragmentado lo ocuparon los grupos chiítas, sunitas, el ejército Libre, alawitas, drusos, kurdos y Al-Qaeda, etc. La resistencia al régimen no logró unidad, dada la disparidad de intenciones de sus grupos alzados, y hace que nadie desde el exterior pueda solidarizarse con esa anarquía. Mientras 40 mil personas fueron asesinadas en este conflicto, hay más de 500 mil exilados fuera del país, y miles de refugiados sirios que no saben de paz en su propio país. Los intereses encontrados y la falta de unidad hacen que ni de adentro ni de afuera surjan soluciones, mucho menos cuando no hay petróleo a repartir.
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