Miércoles, 8 de Agosto de 2012. Montevideo - Uruguay
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tiempos modernos

Boliches eran los de antes

Julio Guillot PUBLICADO el Lunes 6 de agosto, 2012
Julio Guillot

Tengo presente a Enrique Estrázulas diciéndole a Germán, el dueño del Outes (de Mercedes y Yaguarón, donde ahora hay una pizzería, por supuesto): “Me gusta tu boliche porque no hay olor a pizza…”, y agregaba a modo de explicación, dirigiéndose a mí: “Cuando tomo copas, me desagrada el olor a comida; ¿a vos no te pasa lo mismo, Julito?”.

Eran otros tiempos, tiempos del boliche de barrio, del “almacén y bar” ideal para el marido que se ofrecía a hacer las compras y de paso se tomaba una.

Hoy las cosas han cambiado (cambios culturales, como dicen los sociólogos) y pasamos del boliche al pub, del almacén y bar de la esquina (no había cruce que no tuviera uno, y a veces más de uno) a la pizzería con delivery (es más breve que ‘envío a domicilio’), de las mesas de madera a las de cármica, del especial de jamón y queso (único sólido a que se reducía la oferta gastronómica del gallego) a la bigmac…

El reciclaje fatal del progreso sepultó los retratos de Gardel junto a las fotos del cuadro de fútbol. Ya no hay “desgastadas paredes que miran sin fervor, sin asombro, las cosas” ni “opacados espejos que imitan otra vida mejor o la misma”, en la acertada evocación de Ignacio Suárez.

No sé si en los suburbios de algún pueblo del Interior sobreviven boliches como aquel donde confraternizaron Sosa y Juan Pedro, esos entrañables personajes del cuento “¡Qué lástima!” de Paco Espínola. ¿Es posible imaginar que esa noche de beberaje y de exaltación de la amistad transcurriera en un restopub?

Pero no todo está perdido. Aún viven y luchan algunos heroicos exponentes de la época de oro. Aunque hayan ampliado la oferta gastronómica e incorporado hornos de pizza y parrillas, todavía quedan muchos establecimientos que conservan algo de aquel ángel, de aquella aura de magia que envolvía a los viejos boliches montevideanos.

Uno de ellos es el bar y parrillada Las Flores, aquí, cerca del diario, donde discurren sobre tópicos diversos el Tata y el Pocho mientras beben su té frío; en realidad, creo que es caña, pero no los conozco tanto como para asegurarlo. En definitiva, poco importa el contenido de los vasos, ya que lo importante es compartir una bebida (puede ser café, incluso) y conversar, cambiar ideas, filosofar, discutir, sentados a una mesa o acodados en el mostrador.

El boliche es un ámbito donde refugiarse, no para mamarse hasta las patas sino para compartir vivencias, estados de ánimo, sensaciones, alegrías y tristezas, pues el boliche estimula la comunicación entre las gentes.

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