Tiempos modernos

Violencia e inseguridad en EEUU

La frecuencia con que ocurren tragedias en EEUU pone de manifiesto una realidad dramática. Ya se trate de atentados terroristas con móviles políticos, o de acciones (también terroristas) que no revisten carácter político sino que son obra de individuos enajenados que actúan por su cuenta, el hecho es que cada tanto la sociedad se ve [...]

La frecuencia con que ocurren tragedias en EEUU pone de manifiesto una realidad dramática. Ya se trate de atentados terroristas con móviles políticos, o de acciones (también terroristas) que no revisten carácter político sino que son obra de individuos enajenados que actúan por su cuenta, el hecho es que cada tanto la sociedad se ve sacudida por muertes inocentes.

Esas matanzas que ocurren con relativa frecuencia en escuelas, liceos y universidades estadounidenses o, como las recientes explosiones en Boston, en ocasiones en que se congrega un cierto número de personas, vienen a ser un síntoma inequívoco de enfermedades sociales alarmantes. Y al hablar de patología no nos referimos solamente a la insanía de sus protagonistas, jóvenes desequilibrados con un claro diagnóstico psicótico; estamos hablando de patologías sociales, esto es, de enfermedades que padece la sociedad como consecuencia de una infraestructura injusta que es responsable, a su vez, de una escala de valores desquiciada.

Un sistema económico que promueve el individualismo más exacerbado y la competencia más despiadada entre los miembros de la sociedad, genera antivalores y una concepción del mundo y de la realidad en la que prevalecen el consumismo demencial y la insolidaridad. Con esta base, fácil es comprender que la agresividad y la violencia marquen profundamente los comportamientos individuales y colectivos.

Independientemente de la carga de violencia que consumen los ciudadanos a través de la televisión, del cine y de los espectáculos en general (violencia que también se manifiesta cotidianamente en la vida real y que muchas veces es señalada erróneamente como única causa de los comportamientos violentos de niños y jóvenes), la violencia es inherente al sistema; es el propio sistema el gran generador de violencia aun cuando en la televisión no se exhibieran a diario los programas y películas violentos. Desde luego que esa estimulación cotidiana hacia conductas agresivas (a lo que debemos agregar los juegos electrónicos que promueven racismo, xenofobia y discriminación) tiene efectos nefastos sobre la mentalidad del ciudadano medio y resulta un componente fundamental para ese clima de violencia subyacente en la sociedad.

A esto hay que agregar un hecho por todos conocido: la liberalidad en la comercialización de las armas, algo que Obama intentó vanamente corregir recientemente. La falta de controles en la venta de armas permite que cualquier ciudadano obtenga desde un revólver hasta el fusil más sofisticado y de última generación disponible en el mercado. Entonces se da la paradoja –un círculo vicioso particularmente perverso– de que ante la inseguridad que vive el ciudadano medio (inseguridad bien abonada por el discurso conservador que agita el fantasma del terrorismo y de los asesinos seriales), la opción sea armarse, adquirir armas para defenderse de los “inadaptados”, de los diferentes, de los marginales o de los locos, al tiempo que nadie controla que esas mismas armas exhibidas en los comercios del ramo como solución a la inseguridad puedan ser adquiridas precisamente por locos, marginales, antisociales, terroristas, etcétera.

Por supuesto, como bien ha señalado Jorge Majfud, el argumento de los amigos de las armas hace hincapié en que las armas en sí no son las que matan sino que es preciso que haya un individuo que apriete el gatillo. Este argumento no se sostiene si tenemos en cuenta la paradoja a que hacemos referencia más arriba, pues en la medida que cualquiera tenga acceso a un arma, las posibilidades de que se produzcan terribles matanzas aumentan de manera incuestionable.

El mismo Majfud a que aludimos pone en el tapete otro elemento que integra el discurso conservador y que proviene directamente de las pautas culturales del sistema capitalista. Nos referimos a lo que Majfud llama el ideoléxico “responsabilidad personal”, de cuya pertinencia nadie duda pero que implica que la idea de “responsabilidad social” quede relegada y casi anulada.

En definitiva y en resumen, el país más rico y poderoso del mundo no es capaz de garantizar seguridad a sus ciudadanos, a pesar de contar con un aparato represivo entrenado y pertrechado con las mejores armas y los medios tecnológicos más sofisticados.

Julio Guillot

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