editorial

Un latinoamericano en el trono de San Pedro

La expresión “habemus papam” resonó en la tarde de ayer, cuando el humo blanco nos indicó que la Iglesia Católica tenía un nuevo jefe. Por primera vez en la historia, la elección recayó sobre un religioso no europeo, algo realmente insólito. El cardenal jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio ocupa desde ayer el trono de San Pedro; y es, asimismo, el primer pontífice perteneciente a la Compañía de Jesús.

La elección de un latinoamericano para ocupar el máximo cargo de la jerarquía eclesiástica puede ser motivo de regocijo para los habitantes del subcontinente, tan afectos al chovinismo. Sin embargo, con Jorge Bergoglio al frente de la Santa Sede parecen esfumarse las expectativas de que la Iglesia Católica retomara la senda trazada por Juan XXIII. Al igual que su antecesor, Benedicto XVI, Francisco I parece alinearse en posturas más conservadoras, acompasando el viraje a la derecha que se verifica en todo el orbe.

Al respecto, es preciso recordar la posición de Bergoglio ante la ley que en Argentina permite el matrimonio entre personas del mismo sexo. En julio de 2010, días antes de su aprobación, se hizo pública una nota de Bergogliohttp://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_I_(papa) – cite_note-15 calificando como una “guerra de Dios” dicho proyecto, que contemplaba que las personas homosexuales pudieran contraer matrimonio y adoptar niños. En aquella nota dirigida a las monjas carmelitas de Buenos Aires, el cardenal primado alentaba a acompañar “esta guerra de Dios” contra la posibilidad de que los homosexuales pudieran casarse. El entonces presidente argentino Néstor Kirchner criticó con dureza las presiones de la Iglesia sobre este asunto. Su esposa, la actual presidenta, fue más lejos y juzgó la postura de la Iglesia como propia de “tiempos medievales y de la Inquisición”.

Asimismo, el comportamiento de Jorge Bergoglio durante la dictadura en Argentina ha sido severamente cuestionado por organizaciones defensoras de los derechos humanos. En efecto, varios testigos relataron que su actuación durante el Proceso de Reorganización Nacional como sacerdote con poder político no solo no ayudó, sino que perjudicó a numerosos sacerdotes y laicos secuestrados, torturados y desaparecidos.

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