tiempos modernos

Turismo, domas y ciclismo

Cuando llega el último ciclista, empieza el año.

Esta afirmación, devenida ya un lugar común, refleja la percepción que el uruguayo medio tiene de estos siete días en que el país está prácticamente paralizado y luego de los cuales todos nos ponemos las pilas para arrancar a laburar como Dios manda.

Las escasas dos o tres semanas de clase anteriores a la Semana de Turismo no son sino una suerte de precalentamiento para que docentes y alumnos vayan agarrando entrenamiento para el resto del año lectivo. Otro tanto puede decirse de la actividad política: entre el 15 de febrero y viernes previo al asueto pascual, todo se reduce a pequeñas escaramuzas entre la oposición y el gobierno; alguno que otro llamado a sala sin trascendencia, algún duelo verbal a través de los medios y poca cosa más.

En el sector privado la cosa es distinta. Con excepción de las licencias anuales y los francos y feriados que por ley nos corresponden a los asalariados, la actividad no se detiene; la prueba está en que en esta semana no tenemos más que un día libre. No vea el lector en esto que antecede ni un atisbo de queja, envidia o reproche a los privilegiados que pueden gozar de una semana de ocio mientras yo sigo yugando como siempre. (Cuidado, corrector, no se olvide de eliminar la puteada espontánea que se me escapó).

En fin, me las arreglo como puedo para disfrutar de la infinita gama de actividades que me ofrece esta santa semana de turismo; siete días durante los cuales los montevideanos podemos deleitarnos contemplando la destreza de gauchos bravíos lidiando con feroces potros indomeñables. Entre el humo de los fogones, el olorcito a carne asada y los atuendos típicos de los rurales, uno se siente transportado en el tiempo a las épicas épocas heroicas de la Patria Vieja.

Si uno no se siente muy consustanciado con la tradición telúrica, tiene la opción de seguir atentamente las peripecias de los atletas dedicados al noble deporte del pedal. Una emisora de radio nos mantiene permanentemente al tanto de los avatares de la Vuelta Ciclista, haciéndonos oír con harta frecuencia esa joya de la música universal que es la marcha característica de ese acontecimiento deportivo (en la grabación primigenia, no faltaba más).

Si fuera creyente, podría seguir todo el ritual que marca la Iglesia Católica para esta semana, en la que cada día tiene su nombre y su liturgia específica. Pero lamentablemente, no soy creyente; Dios no se dignó concederme la fe, y el ateísmo batllista colaboró grandemente a ello. El viejo Batlle llegó al colmo de cambiar el nombre de las festividades religiosas: la Navidad es el Día de las Familias; el de Reyes es el Día de los Niños; el Día de la Virgen se convirtió en Día de las Playas y la Semana Santa en Semana de Turismo. Con los dos primeros, no tuvo suerte porque todo el mundo (creyentes, ateos, judíos y agnósticos) sigue hablando de Navidad y de Reyes Magos, pero se mantuvieron el Día de las Playas y la Semana de Turismo.

En fin, de esta semana rescato dos cosas positivas: la empanada gallega del viernes y las calles casi vacías de Montevideo.

Y, no se conforma el que no quiere.

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