tiempos modernos
Rara vez la violencia puede justificarse. Pero hay casos en que las conductas agresivas y los comportamientos violentos resultan particularmente injustificables. Entre estos últimos, emergen con características emblemáticas los hechos de violencia que tienen su origen en rivalidades deportivas.
En efecto, ¿cómo explicar los desmanes, los destrozos materiales, los golpes de puño y con objetos contundentes, los balazos, las puñaladas, los heridos (y hasta los muertos) que se suscitan en el transcurso de un espectáculo deportivo o una vez concluido el mismo? ¿Qué explicación racional puede hallarse a tales comportamientos incivilizados que no se originan en una causa justa ni pueden comprenderse por circunstancias sociales que ameriten la rebelión?
Verdaderos rebeldes sin causa, los hinchas enardecidos no apelan a la violencia para rebelarse contra un orden social injusto, ni con la meta de tomar el poder para cambiar las estructuras económico-sociales; tampoco para supuestamente lavar un honor mancillado o porque es el único medio que les queda para obtener aquello que el sistema les niega. No, nada de eso. No hay explicación –ni mucho menos, justificación – para esas conductas que responden a los instintos más primitivos que anidan en el lado oscuro del alma humana.
En ocasión de jugarse el partido que Vélez Sarsfield le ganó a Peñarol en el Centenario, un grupo de hinchas del club argentino cometió todo tipo de tropelías y desmanes.
¿Qué buscaban, qué pretendían quienes así se comportaban? No pueden argüir que se ofuscaron por el resultado del partido ya que su club había ganado; tampoco era una protesta por un arbitraje que los perjudicó. Fue –como muchísimas otras veces– un arranque espontáneo de bestialidad porque sí, porque aparentemente para esa mentalidad, un espectáculo futbolístico no es tal si no tiene el ingrediente del enfrentamiento entre las hinchadas, circunstancia propicia para permitir que afloren los bajos instintos y dar rienda suelta a la brutalidad gratuita.
Está bien que la Policía asuma su tarea preventiva, tarea que, desde hace un tiempo, cumple con eficiencia (aunque falló en la ocasión a que nos referimos); está bien que, mediante la educación y las políticas sociales, se tienda a inculcar valores y pautas de conducta civilizadas. Pero al mismo tiempo, ¿no sería adecuado pensar en modificar la legislación de modo de aumentar las penas para los delitos que se puedan cometer en ocasión de producirse enfrentamientos entre hinchadas?
A diferencia de los delitos contra la propiedad, a cuyos autores poco les importa que su conducta sea penada con más años de reclusión, el incremento del rigor punitivo puede tener efecto disuasorio para quienes protagonizan desmanes en canchas o en la calle.
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