arte

Giacometti en Buenos Aires

La muestra retrospectiva itinerante del escultor Alberto Giacometti en la Fundación Proa, en La Boca, se puede ver hasta el 9 de enero de 2013.

Nacido el 10 de octubre de 1901 en Borgonovo, Suiza italiana, Giacometti comenzó a dibujar y esculpir desde la adolescencia, tomando como modelo a sus familiares. Apasionado por la literatura, las ciencias naturales y la historia (quedó impresionado por la Revolución Rusa), continuó su actividad artística hasta seguir escultura en la Escuela de Artes y Oficios de Ginebra.

En 1920 acompañó a su padre, pintor impresionista, a Venecia, admirando a Tintoretto, siguió a Padua donde el Giotto lo apasionó. En Florencia y Roma lo atrajo el arte egipcio, pasó por Asís y descubrió a Cimabue y, dos años más tarde, llegó a París para frecuentar la Academia de la Grande Chaumière y las clases de Bourdelle. Influido por el cubismo (Laurens, Arp, Lipchitz) y el arte primitivo de África, Oceanía y México, comenzó a abandonar la representación realista por la imaginaria.

Al conocer a los integrantes del surrealismo y en especial a André Breton y Salvador Dalí, se plegó al movimiento y realizó algunas de sus mejores piezas que aún hoy mantienen una extrema sugestión y misterio. Exluido del grupo surrealista en 1935, comenzó a modelar bustos de su hermano Diego. Vinculado a Picasso y a Jean Paul Sartre, durante la guerra se trasladó a Suiza para volver a París en 1945 y ejecutar la obra que lo caracterizará para siempre: esculturas de cuerpo entero o bustos, modelados a la manera impresionista, delgadísimas, afiligranadas, resultado de sesiones agotadoras impuestas a su hermano y a su mujer para en definitiva construir figuras asexuadas, casi desmaterializadas, ásperas en el escaso volumen, caminado y abriéndose paso en el espacio.

Sin innovar, y a contrapelo de las vanguardias a las que supo pertenecer, se acercó al existencialismo en la acentuación de la subjetividad, al vacío y la angustia del hombre de posguerra. De fama temprana, recibió importantes premios (Carnegie, Guggenheim, Bienal de Venecia, Gran Premio Nacional de las Artes en Francia) y en recientes subastas alcanzó cifras siderales. Murió a los 65 años, de un infarto de miocardio.

Las consideraciones que anteceden, para ubicar al lector, son las que habitualmente difunden libros, catálogos y diccionarios. Hay ciertas omisiones o recortes interpretativos, sin embargo. Los 150 trabajos que se exhiben en la Fundación Proa están distribuidos en cuatro salas: los comienzos y la influencia del arte primitivo donde, curiosamente, se omite la del arte etrusco, fundamental en su última, conocida y sobre estimada producción. El sector dedicado a su etapa surrealista es, sin duda, de mayor importancia, el más original en sus estructuras enjauladas: “La nariz” de encrespado erotismo, diferente a la divertida metáfora del cuento del mismo nombre de Nikolái Gogol (1836) del hombre que perdió la nariz, luego convertida en ópera por Dimitri Shostakovich (estrenada en el Teatro San Carlos de Lisboa en los noventa con ingratos resultados) y citada por Woody Allen en “El dormilón”. Indudablemente que hay un sesgo surrealista en el tema, grotesco en versión operática, aunque Giacometti, al igual que en “Bola suspendida”, asume una posición onírica inquietante, similar a “Mujer degollada”, aquí ausente. Tres piezas notables del artista.

A partir de 1940 Giacometti se interna en la figuración, en la fijación de rostros y figuras de cuerpo entero de sus familiares: el pasaje del surrealismo al existencialismo (intimó con y su círculo), teniendo ambas corrientes en común enfatizar la subjetividad. El análisis de la existencia y la manera en que el ser humano existe en el mundo lo conduce a la representación y a las convenciones tradicionales. Ya Rodin hizo de “El hombre que camina”, fragmentado, sin cabeza y sin brazos, el emblema de la modernidad y la estética del fragmento, en su crepitante modelado barroco. Giacometti despoja de carnalidad a sus figuras y remite, notoriamente, a la escultura etrusca que en inspirada poesía, Gabriele D´Annunzio asoció en “Ombra della sera” (Sombra de la tarde) esos bronces delgadísimos a sombras alargadas de los cuerpos al atardecer (una réplica reducida de ese bronce del siglo III a.C., museo de Volterra pertenece a Lisa Block de Behar quien me recordó esa relación), al contrario de las sombras arquetípicas de la caverna platónica que metaforizan las ideas. El escultor declaró que las siluetas de los espectadores en el cine influyeron en su concepción sombría de bustos y miembros descarnados.

Artista sobredimensionado por el público y los subastadores, Giacometti estereotipó la angustia existencial en el continuado y limitado repertorio formal que remite a un primitivismo sin reapropiarse con sesgo original como lo hizo Picasso, entre otros muchos. La retrospectiva muy bien presentada es, de cualquier manera, cautivadora, incluyendo sus dibujos – pinturas intensos.

Nelson Di Maggio

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