editorial

El rostro inhumano del capitalismo

Las agencias de noticias internacionales informaron el miércoles pasado del derrumbe de un edificio en la ciudad de Dacca, capital de Bangladesh. Acostumbrados como estamos a informaciones sobre terremotos y catástrofes varias que suceden en todo el mundo, muchos creyeron, al leer la noticia, que el derrumbe se debió a algún episodio de ese tipo. [...]

Las agencias de noticias internacionales informaron el miércoles pasado del derrumbe de un edificio en la ciudad de Dacca, capital de Bangladesh.

Acostumbrados como estamos a informaciones sobre terremotos y catástrofes varias que suceden en todo el mundo, muchos creyeron, al leer la noticia, que el derrumbe se debió a algún episodio de ese tipo. Sin embargo, el trágico hecho –que causó la muerte de al menos 250 personas y dejó centenares de heridos– no fue consecuencia de movimientos telúricos, inundaciones o tornados: el edificio Rana Plaza de Savar, en la periferia de Dacca, se derrumbó por sí solo debido a fallas en su construcción.

En el edificio funcionaban cinco talleres de confección de prendas de vestir para algunas de las grandes marcas internacionales, aunque con la etiqueta “Made in Bangladesh”. Este sector de la economía había generado el año pasado 20 mil millones de dólares en exportaciones, pero algunos trabajadores percibían salarios de 37 dólares mensuales.

Los talleres textiles proveían a numerosas marcas de reconocido prestigio. Entre ellas, la británica Primark, que manifestó su conmoción por la tragedia y expresó sus condolencias a los afectados; la española Mango, que trató de deslindar responsabilidades aduciendo que solo había encargado muestras; Walmart, de EEUU, y el famoso Benetton, que negó toda vinculación con los talleres de confección de Rana Plaza de Savar, aunque hay documentos que demuestran lo contrario.

La tragedia ha dejado al desnudo el rostro inhumano del capitalismo salvaje, un modo de producción basado en el afán de lucro y en la explotación despiadada de los asalariados; es la condición sine qua non de ese sistema que antepone el interés de los empleadores por sobre el bienestar e incluso la vida de sus empleados.

No en vano, las organizaciones de defensa de los obreros del sector textil en Bangladesh han denunciado esta realidad e imputan la responsabilidad de los numerosos accidentes en este lucrativo sector a los patrones sin escrúpulos, la negligencia del gobierno y la indiferencia de las firmas de ropa occidentales, más preocupadas por los costos de producción que por la seguridad de sus empleados, según consigna un cable de AFP.

En definitiva, un hecho trágico y perfectamente evitable si las autoridades y las empresas tuvieran un mínimo de sensibilidad y velaran por la seguridad laboral.

Es la forma que adquiere la esclavitud en el siglo XXI.

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