Opinión
Hace unos días, comentamos la visita a nuestro país de dos juristas en misión de la Comisión Internacional de Juristas (CIJ), que cuestionaron duramente las últimas decisiones de la Suprema Corte de Justicia: el traslado de la jueza Mariana Mota del ámbito penal al civil, y la declaración de inconstitucionalidad de la Ley 18.831. Pero sobre todo, lo que ambos juristas rechazaron de plano fue la torcida interpretación del derecho internacional que hace el máximo organismo del Poder Judicial, según la cual los delitos cometidos durante la dictadura cívico-militar no deben considerarse crímenes de lesa humanidad.
Vale la pena recordar en qué consiste el terrorismo de estado y cuál es el criterio mundialmente aceptado para definir los crímenes de lesa humanidad.
El terrorismo de estado puede manifestarse de varias maneras. Entre otras, las siguientes:
Uso de la coacción o persecución ilegítima, el secuestro, la tortura, el asesinato o ejecución extrajudicial utilizando recursos policiales, parapoliciales o paramilitares.
Creación, normalmente en secreto, de organizaciones terroristas clandestinas convencionales -reales o simuladas-, apoyo a las mismas o negligencia deliberada en su persecución. A veces, estas organizaciones se presentan como extremistas de las fuerzas opositoras, lo que otorga mayor justificación a sus promotores de cara a la opinión pública; instrucción o inducción a las fuerzas represivas para que actúen de tal manera que causen terror en la población en general.
Según el Estatuto de Viena, los crímenes cometidos en el marco del terrorismo de estado deberán ser considerados crímenes de lesa humanidad. Entre otros, los siguientes: encarcelación u otra privación grave de la libertad física en violación de normas fundamentales de derecho internacional; tortura; violación; persecución de una colectividad fundada en motivos políticos; desaparición forzada de personas. Y en general, “otros actos inhumanos de carácter similar que causen intencionalmente grandes sufrimientos o atenten gravemente contra la integridad física o la salud mental o física”.
Cuesta entender cómo el máximo tribunal de Justicia de nuestro país pudo considerar que las atrocidades cometidas por los militares uruguayos y sus cómplices civiles no encajan en el concepto de crimen de lesa humanidad.
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El presidente José Mujica dedicó su audición de M24 a la historia y a resaltar la figura de Artigas en una semana en la que “buena cosa fuera reflexionar sobre el acontecer de nuestra historia y el significado que tiene el artiguismo en nuestra génesis”.
“Vamos a entrar donde tengamos que entrar”, anunció el nuevo director de la Guardia Nacional Repúblicana Robert Yroa quien, ni bien asumió el cargo, dispuso la realización de fiscalizaciones en algunas áreas conflictivas de Montevideo.
Raúl Sendic reiteró que renunciará en octubre a la presidencia de Ancap y dejó abierta la posibilidad de pugnar por algún cargo electivo en los próximos comicios.
Al llegar al aeropuerto de Carrasco, Óscar Tabárez admitió que la única que queda es pelear por el 5º puesto y que apostará a “un equipo mucho más estable en su rendimiento”.
Siempre fui de la idea que las responsabilidades además de ser compartidas (entrenador, jugadores, dirigentes), son de los protagonistas en las buenas, con los triunfos y grandes figuraciones y en las malas como en este pésimo momento de Uruguay en las Eliminatorias.
¿Cambiar de técnico en este momento? Sería peor el remedio que la enfermedad. ¿Qué ganamos con declarar culpable al Maestro y pegarle una patada en el traste? Eso solo serviría para descargar nuestra bronca, pero no servirá para clasificar. Yo estoy más interesado en ver a Uruguay en el Mundial que en castigar a Tabárez. Y no creo que ningún técnico pueda tomar el timón en medio de esta tormenta y llevarnos a buen puerto. La solución más viable es con el actual entrenador.