teatro

Clásicos, modernos, ultramodernos

Publicado el sábado 1 de junio, 2013

Juceca

“Hay barullo en El Resorte”. Los cuentos de Julio César Castro son fantasía en libertad, una cometa con un tenue hilo a tierra. Es más el mundo de don Quijote (o el de Carroll, o el de Ionesco) que el de Serafín García, El Viejo Pancho o Landriscina; pero aquí los gigantes son gigantes y no molinos.

Las veleidades de la Duvija, la sensata y volada Dulcinea, con sus aprontes ante la llegada de los bomberos y su poético flirt con el fumigador, son contrapesadas por la solidez, a lo Sancho Panza, del inmortal tape Olmedo; cabe recordar aun la misma apariencia de Juceca, que siempre nos traía a la mente la imagen del Quijote. La prosa de Castro, donde también vemos la huella de Cervantes, es límpida y sencilla; nunca es naturalista ni costumbrista, y extrae todos sus efectos de su espíritu juguetón, que disfruta de una exquisita sensibilidad para la palabra. No obstante, los adaptadores Jorge Bolani y Eduardo Cervieri se decidieron por una versión gruesa de la vida en “El Resorte”: se desinteresaron de los caracteres, delineados cuento a cuento por Castro, de los retruécanos y de los juegos de palabras y decoraron el texto, en cambio, con versos de payador y escenas “camperas”. Análoga dualidad sucedió con la interpretación, que pareció dejada al criterio de cada actor: tuvimos Juceca en estado puro con Carlos Rodríguez, Moré y Gustavo Bianchi, en tanto el estilo crispado de Paola Venditto y Claudio Castro, dos de los mejores actores del elenco, no pareció llevarse bien con la serena aceptación del absurdo que exhiben los parroquianos de “El Resorte”..

“El gimnasio” tiene la firma de Gabriel Peveroni, pero no reconocemos al autor de “Luna roja” o “Mc Morphine”, sino al verdadero escritor de “Uno diferente”, autor y animador de “P.U.T.O.”:.Alberto Restuccia. Fiel a su espíritu provocador, Restuccia arranca con la lectura de “Hablo por mi diferencia”, de Pedro Lemebel, luego cuenta la historia triste de su Casa de Teatro devenida gimnasio, recuerda a Luis Cerminara, alardea de sus preferencias sexuales, pide un aplauso para el autor de esta nota y su esposa, sigue hasta el previsible strip tease final. ¡Ya lo habíamos visto! “El gimnasio” no es siquiera un capítulo más de una tenaz autobiografía.

A “La dama boba” la defiende Lope de Vega, con lo que alcanza y sobra. Se admira su casi inverosímil don de versificación, que supera como sin esfuerzo la nada pequeña dificultad de parlamentos a la vez poéticos y naturales donde, además, reconocemos, en las dóciles rimas de unas cuartetas escritas en el siglo XVII, el sonoro y musical español que aún hablamos hoy. El sutil argumento dice de la redención por el amor, capaz de activar toda ingenuidad, simpleza o tontería, hipótesis que la ciencia de las hormonas podría respaldar hoy; de paso, Lope desliza unas pullas de entrecasa o de entre época, al poner en labios del desdeñado Duardo el decir culterano o gongorino. Le sobra a esta puesta en escena de Levón todo lo espectacular: los personajes saltarines que portan antifaces venecianos y que parecen traídos, a contrapelo, de la “Commedia dell’Arte”, el trajín de los feos volúmenes de plástico de la escenografía, la rudimentaria coreografía, los lances de esgrima; por fin sobró todo el festival de sonetos. En este punto, además, la actuación falló, por primera y única vez en la pieza. No podía ser de otra manera: los actores, que vienen de interpretar, no pueden ponerse, así como así, a recitar, que es otro arte, versos que ni pertenecen a la pieza ni se adecuan a ella, como en el caso del soneto que comienza “Desmayarse, atreverse, estar furioso…” único que se dice completo. En la interpretación, dentro de un cuadro general muy competente, fueron inolvidables Jimena Pérez, como la deliciosa Finea y Fernando Dianesi como Leandro.

Marca de água, del teatro Armazém de Londrina, Paraná, cuenta la historia de una mujer que cuando niña sufrió un golpe mientras nadaba en una piscina; padeció tres operaciones del cerebro. Hoy, casada y a los cuarenta años, se le aparece un pez al lado de una nueva pero poco probable piscina; ello la hace rememorar y hasta revivir aquel trauma; ahora su cerebro está habitado por una música que solo ella percibe y que se rehúsa a curar. Es una idea simple, muy poco verosímil, que, como “El niño de la burbuja” convoca al riesgo de la vida con sus peligros pero también con sus descubrimientos. La realización es muy compleja, con una protagónica piscina de unos veinte centímetros de profundidad donde se tiran los actores: tuvimos la impresión de que la omnipresente masa acuática, con sus inmersiones, abluciones y salpicaduras, quita fuerza a la anécdota. Los peores puntos de “Marca de água” son, primero, la abundancia de un dialogado de una chatura irredimible, rara vez adecuado a la línea argumental, como las largas disquisiciones sobre aspectos anatómicos y médicos del cerebro o sobre el “ruido de mar” que tendrían las caparazones de los caracoles; segundo, la circunstancia de que casi todo lo que ocurre es narrado por los agonistas y no vivido sobre la escena, saturada de agua y de referencia a líquidos y tercero, que los caracteres, salvo la protagonista, son superfluos y mal definidos. El tema, la valiente asunción de la vida pese al peligro, naufraga en la pequeña, si que abrumadora, piscina

Fichas

HAY BARULLO EN EL RESORTE, de Julio César Castro, versión de Eduardo Cervieri y Jorge Bolani, por el Teatro Circular. Con Paola Venditto, Moré, Gustavo Bianchi, Carlos Rodríguez, Martín Abdul, Enrique Álvarez, Guillermo Robales, Claudio Castro, Xabier Lasarte, Pablo Isasmendi, Walnir de los Santos y Ana Lucía de los Santos. Escenografía y vestuario de Hugo Millán, música de Álvaro Pérez, iluminación de Pablo Caballero, dirección de Jorge Bolani. Estreno del 23 de mayo, Teatro Circular sala 1.

EL GIMNASIO, de Gabriel Peveroni, con Alberto Restuccia y Adrián Prego, escenografía e iluminación de Fernando Scorsela, vestuario de Virginia Sosa, canciones de Lorena Álvarez, dirección de María Dodera. En el Centro Cultural H. Bosch, Gonzalo Ramírez 1826, estreno del 24 de mayo.

LA DAMA BOBA, de Lope de Vega, por la Comedia Nacional, con Diego Arbelo, Gabriel Hermano, Miguel Pinto, Daniel Spino Lara, Natalia Chiarelli, Jimena Pérez, Rosario Martínez, Stefanie Neukirch, Martín García, Juan Antonio Saraví, Fabricio Galbiati, Fernando Dianesi, Leonardo Noda, Gonzalo Queiroz, Martín Bonilla, José Ferraro. Escenografía de Paula Kolenc y Erika del Pino, vestuario de Adán Martínez, iluminación de Leticia Skrycky, coreografía de Cristina Martínez, dirección de Levón. Estreno del 25 de mayo Teatro Solís.

MARCA DE ÁGUA, por Armazém Teatro, dramaturgia de Paulo de Moraes y Mauricio Arruga Mendonça. Con Patricia Selonk, Ricardo Martins, Marcos Martins, Marcelo Guerra y Lisa E. Fávero. Escenografía de Paulo de Moraes, iluminación de Maneco Quinderé, vestuario de Rita Murtinho, dirección musical, guitarras y ukelele de Ricco Viana, dirección de Paulo de Moraes. Estreno del 28 de mayo, Teatro Solís.

Jorge Arias

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