a 40 años del golpe
Debemos recordar cómo llegó el golpe. Primero, cómo fueron los hechos. Porque está entablada una lucha por la apropiación de la memoria y una estrategia de ciertos medios para desvalorizarlos e imponer su propia visión, o quitarlos de la agenda para “dar vuelta la página”. Veamos. El golpe de 1973 tuvo dos tiempos, uno en [...]
Debemos recordar cómo llegó el golpe. Primero, cómo fueron los hechos. Porque está entablada una lucha por la apropiación de la memoria y una estrategia de ciertos medios para desvalorizarlos e imponer su propia visión, o quitarlos de la agenda para “dar vuelta la página”. Veamos. El golpe de 1973 tuvo dos tiempos, uno en febrero, cuando los militares desacataron una decisión del presidente de la República, y el otro en junio, cuando Bordaberry disolvió las cámaras. En febrero de 1973 los militares proclamaron que no aceptaban al nuevo ministro de Defensa. El presidente, luego de rechazar el apoyo que le ofreció la marina, fue a la base de Boiso Lanza y acordó con los militares la creación del Consejo de Seguridad Nacional (Cosena), compartiendo con ellos el poder.
El 27 de junio de 1973, el mismo presidente de la República decidió disolver el Parlamento porque no consiguió que se quitaran los fueros a un legislador. En el decreto de disolución asume su decisión y fundamenta y justifica el golpe. Esos son los hechos y sus ejecutores. Fue un autogolpe. A diferencia de otros golpes del continente, en el caso uruguayo fue el propio presidente quien, en lugar de ponerse al frente de las instituciones, clausuró el legislativo y decretó la suspensión de las garantías individuales. Y el ejército, custodio de la Constitución, y cuyas armas le fueron confiadas para ello, se levantó contra el presidente en febrero y contra el Parlamento en junio. Ahí están los hechos. Para quienes puedan y quieran entenderlos.
Se debe recordar el peso de la tortura y las violaciones de los derechos individuales. Para quienes preguntan o dudan, la dictadura que vino tras el golpe fue un régimen donde no valieron los derechos ni las libertades. La tortura sistemática constituyó el método de la represión contra quienes se consideraban “enemigos”. La tortura, que aniquila física y mentalmente a la víctima, al tiempo que envilece y degrada al que la ejerce, es el dominio del miedo. El miedo a la muerte, sí, pero no de cualquier muerte, sino la muerte tras el dolor y la desesperación. El miedo al sufrimiento, a la carne lacerada, el miedo a no soportar, el miedo a delatar, el miedo a morir entre el grito y la soledad. Es saberse indefenso, porque no hay derecho a inocencia o a defensa.
Es preciso recordar la muerte y la desaparición de personas. Recordar a quienes no soportaron la tortura y murieron a manos de sus verdugos, o se suicidaron, o fueron ultimados. Murieron sabiéndose inocentes, desamparados, solos y sin esperanzas. En algunos casos, pensando que nadie, nunca, sabría de su muerte. Unos fueron entregados a sus deudos para su sepultura. Pero otros fueron a parar a fosas comunes, o cremados, o nunca se supo de ellos. Son los “desaparecidos”, tras de los cuales peregrinan hasta hoy sus familiares. Madres o hijos que buscan unos huesos, unas cenizas, o un lugar donde hallar algún rastro del que fue en vida, hace 40 años, uno de sus seres queridos. Muchos de ellos no eran guerrilleros, no eran combatientes, o no tenían armas, o ni siquiera sabían usarlas. Otros eran familiares, o amigos, o estuvieron en el lugar equivocado. La mayoría de ellos, murieron en una “guerra” en que ya no había dos bandos.
Recordemos que hay heridas que la sociedad no puede cerrar. Para muchos, la vida dio un vuelco definitivo. Unos se fueron a otros países y criaron a sus hijos en tierras extrañas, otros fueron destituidos, o vivieron como parias en su patria. El desempleo y la pérdida de poder adquisitivo llevó a las familias a la pobreza, a la marginación y a la delincuencia. Recuperada la democracia, no todos volvieron, ni todo volvió a ser lo que era. Muchos no encontraron sus cargos, sus empleos, o sus cátedras. La sociedad y la cultura perdieron docentes, técnicos, médicos, científicos, investigadores y escritores.
Recordemos cómo llegan las dictaduras y se ensañan con los débiles. Este ejercicio de recordación no es un camino a la venganza. Servirá para entender cómo los pueblos caen en dictadura. Saber, como en la frase de Malraux, que una vida no vale nada, pero nada vale una vida. Que se entienda que no es de seres dignos vivir sin libertades y sin derechos. Que todos sepan que si no hay derechos para todos, no los hay para nadie. Pero también, aprender que el ser humano puede llegar a lo más abyecto de la perversión, con un ensañamiento ante el semejante que no es propio siquiera de las bestias. A veces se piensa que la humanidad ha superado el estado de animalidad, pero la ciencia y la técnica no han logrado disimular las zarpas y las fauces de la muerte y la destrucción.
El significado de recordar es volver a pasar por el corazón.
Nicolás Ariel Herrera
Licenciado en Sociología por la UDELAR
Profesor de Historia y Sociología en educación media y terciaria
Investigador en Historia Contemporánea