arte

Almada Negreiros, a 120 años

Publicado el sábado 20 de abril, 2013

Retrato De Fernando Pessoa

Uno de los mayores artistas portugueses del siglo XX es recordado a lo largo del presente año al cumplirse el 120º aniversario de su fallecimiento.

Artista múltiple, José de Almada Negreiros (7 de abril de 1893-1970) admite un cierto paralelismo con Barradas, casi coetáneo. Ambos se iniciaron en el dibujo humorístico, recibieron la influencia del futurismo y el cubismo, practicaron la escenografía y el vestuario teatrales y ambos, finalmente, vivieron en Madrid y amistaron con Federico García Lorca. Es posible conjeturar que se conocieron en tertulias de café a las que fueron afectos.

Almada Negreiros fue el dinamizador de la cultura lisboeta en las primeras décadas del siglo XX, cuando Portugal conservaba aun un ordenamiento republicano y democrático antes del manotazo dictatorial de Salazar, que se instalaría casi por media centuria. El país salía de la anarquía y entraba, alegre y confiado, en el republicanismo. Ese lapso, comprendido entre el 5 de octubre de 1910 y el 28 de mayo de 1926, fue de grandes cambios, de agitado y caótico transcurrir. Se aprovechó para introducir, aunque fuera momentáneamente, la modernidad en una estructura social esclerosada, detenida en los viejos sueños imperiales colonialistas. Almada Negreiros interpretó la insatisfacción reinante, la necesidad de crear nuevos paradigmas estéticos y vitales. No tuvo la originalidad y la audacia de Amadeo de Souza Cardoso, de muerte temprana, y, si fue menos profundo en sus hallazgos se debió al intentar capturar la totalidad de la existencia para la cual no estaba preparado para asumirla con el mismo coraje en democracia y en dictadura.

Nacido en abril de 1893 (mes simbólico en Portugal), se educó en Lisboa y Coimbra, la vieja ciudad universitaria. Desde joven reveló cualidades excepcionales para el dibujo y la caricatura y siendo adolescente colaboró en revistas como ilustrador y hasta escribió una pieza teatral, “El molino”. Participó en la fundacional muestra Primera Exposición de Humoristas Portugueses (1911). Un año después realizó su primera unipersonal comentada por Fernando Pessoa, ese poeta de fama universal, con el cual amistará. Esa exposición fue el desencadenante de una rápida fama. Escribió teatro, novelas, manifiestos y fundó una de las revistas más audaces en su tiempo, “Orfeo”. Era la hora del futurismo, importando de Italia por otro pintor mítico y “blaguer” genial, autodenominado Santa Rita Pintor, que destruyó sus cuadros, liberando apenas unos pocos. Con él, Almada Negreiros recorría las calles de Lisboa con la cabeza rapada, las cejas afeitadas y usando trajes de payaso, escandalizaron la pacatería capitalina. También conoció el ballet ruso de Diaguilev; quiso ser bailarín, una circunstancia que permanecerá toda su vida y que reflejará, temáticamente, en su producción que, en determinados momentos, recoge aspectos autobiográficos.

Publicó la revista “Portugal futurista”(1915-17), viajó a París (1919), residiendo un año. Vuelve a su patria y se convierte en despabilador del ambiente con su polifacética personalidad. Posee una vitalidad que no cesa, que se multiplica incansablemente y que parece contagiar toda cercanía. Bailarín, escenógrafo, figurinista, poeta, dramaturgo y solo más tarde, pintor. El escándalo era su meta. Se retrató desnudo en pose cercana al discóbolo griego, desafiando las convenciones porque creyó que “La alegría es la cosa más seria de la vida”. Se marchó a París donde escribió “Histoire du Portugal par coeur” y luego pasó a residir en Madrid. Allí descubrió la pintura. Amigo de Picasso y de García Lorca, quien le leía sus obras de teatro de primera mano. Decoró los cines madrileños San Carlos, Barceló y el teatro Muñoz Seca, en estricta correspondencia con el art déco. Asistió al estreno de “Así que pasen cinco años” y cuando vio la versión de Víctor García (Lisboa, 1966), confesó a quien escribe, que apenas pudo recordar el original por la audacia del montaje actual.

Al retornar a Lisboa en 1934, se siente “desligado del conjunto de la nación”. No tanto. Realizó las decoraciones en el mítico café A Brasileira (similar a lo que fue el Tupí Nambá) y del Bristol Club, los vitrales de la iglesia Nuestra Señora de Fátima, intervino en la muy salazarista Exposición del Mundo Portugués, ejecutó los frescos del Diario de Noticias, los paneles decorativos de las estaciones marítimas de Alcántara y Rocha de Óbidos, excelentes, así como tantos otros para las universidades de Coimbra y Lisboa, aceptó cargos y condecoraciones oficiales de la dictadura. Su arte comenzó perder su impulso renovador, recuperado en el gran mural posterior en el hall de entrada de la Fundación Gulbenkian.

Lo mejor no estuvo en haber sido el “niño mimado” del gobierno salazarista, como él mismo lo reconoció. Con sus enormes ojos negros, saltones e incisivos, su legado está más vigente en la literatura que en las artes visuales a pesar de su importancia, desplegando teorías confusas, abundando en un dibujo elegante y una pintura sincrética sólida. En cambio fue un magistral escritor y dramaturgo, todavía hoy a descubrir.

Nelson Di Maggio

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