opinión
Tuve el honor de ser invitada a formar parte de la mesa presentadora del libro El Uruguay Laico (Ediciones Santillana) de los historiadores Gerardo Caetano, Roger Geymonat, Carolina Greising y Alejandro Sánchez, junto al Pastor Oscar Bolioli, Manuel Flores Silva y el sociólogo Néstor Da Costa. Sus páginas hacen un racconto histórico minucioso desde la [...]
Tuve el honor de ser invitada a formar parte de la mesa presentadora del libro El Uruguay Laico (Ediciones Santillana) de los historiadores Gerardo Caetano, Roger Geymonat, Carolina Greising y Alejandro Sánchez, junto al Pastor Oscar Bolioli, Manuel Flores Silva y el sociólogo Néstor Da Costa.
Sus páginas hacen un racconto histórico minucioso desde la antesala de la laicidad negacionista o indiferente del “no se puede”, hasta la época actual en que damos la bienvenida a una nueva concepción que recoge incluso la Ley de Educación del 2009 (Nº 18.437) en el Artículo 17. “El principio de laicidad asegurará el tratamiento integral y crítico de todos los temas en el ámbito de la educación pública, mediante el libre acceso a las fuentes de información y conocimiento, que posibilite una toma de posición consciente de quien se educa. Se garantizará la pluralidad de opiniones y la confrontación racional y democrática de saberes y creencias”.
Estamos siendo parte de un proceso hacia la “laicidad positiva” de que hablaba el Dr. Jorge Batlle en el 87, o de “igualdad en la diversidad” que mencionaba el discurso del Dr. Tabaré Vázquez en la sede de la masonería en el 2005. O la “laicidad inclusiva” que proponemos en el Diálogo Interreligioso del Mercosur.
La desprivatización de lo religioso no es un mandato impuesto por nadie sino una necesidad social que escapa por los poros del Uruguay. El proceso es sin duda una construcción colectiva.
Nuestro país no dejará de ser laico. Intenta dirigirse hacia una laicidad desmonopolizada, sin predominios o jerarquías tácitas de unas propuestas religiosas sobre otras, expresando en espiritualidad la diversidad cultural existente, creciente y cambiante.
Subyace la problemática de las hegemonías culturales y las supremacías financieras. Se necesitarían cambios contundentes a nivel político-estatal para que esta nueva laicidad realmente sea republicana y no regida por imperios económicos.
Los umbandistas no podríamos erigir una catedral en el centro de la ciudad de diez o quince millones de dólares, o comprar un cine para hacerlo santuario por cuatro o cinco millones también de dólares.
Tampoco nos pertenecen los inmuebles que se declararon constitucionalmente como bienes de la iglesia católica y eran resultado de la usurpación de tierras de las monarquías europeas en nuestras Américas apoyadas por dicha iglesia, edificios construidos con fondos parciales o totales del erario nacional.
El mismo artículo que consagra la laicidad en 1917, la viola al declarar bienes estatales como propiedad de una institución religiosa.
Tales asimetrías son estructurales.
Como faro guiador, pongamos los designios artiguistas “que los más infelices sean los más privilegiados”. Y fundamentalmente; “libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable”. Cual sea el contexto en que se expresaron originalmente, el espíritu de estas frases, su filosofía emancipadora, autodeterminante e igualitaria, serán lineamientos preclaros para ponernos de pie sobre dichos proverbios y reclamar en el aspecto religioso, una libertad promotora de justicia, dignidad, inclusión social, igualdad de oportunidades, convivencia armoniosa e integración.
Será necesario estar atentos como actores sociales responsables y comprometidos, y desde el lugar que nos toque, sumar esfuerzos para el Uruguay solidario y fraterno al que aspiramos, sin privilegios ni privilegiados de hecho ni de derecho, de diálogo entre iguales, imprescindible para crecer como sociedad democrática con visión de futuro.
Susana Andrade
Atabaque
http://www.atabaque.com