editorial
Quienes miramos desde este sur, probablemente nos hayamos sorprendidos por el giro militarista que adoptó esta semana el gobierno socialista de François Hollande. La primera, una desastrosa incursión en Somalía para intentar rescatar a un espía francés. Somalía ha estallado y hace un par de décadas que no tiene un gobierno central creíble y allí hay varios sectores político-religioso-étnicos que han pasado por el gobierno de la capital. Llamar terrorista a alguno de ellos es un recurso retórico de las agencias occidentales.
Pero, simultáneamente, decidió enviar bombarderos a Malí. Esa ya es una operación que parece más propia de George Bush hijo, vista desde aquí. O, en todo caso, continuación de los bombardeos de Sarkozy a Libia. Y ambas continuidades son correctas. Pero en realidad es una continuidad de la política exterior imperial francesa, de larga data. Hay que recordar que las principales guerras contra la independencia de las colonias las liberó Francia en Viet Nam y Argelia; que De Gaulle tomó el poder en 1958 a través de un golpe de Estado para continuar la guerra de Argelia; que Francia combatió militarmente a los canaques de Nueva Caledonia, cuya causa era apoyada por las Naciones Unidas, hasta fines de la década de 1980. La fuerza de la historia desarmó el grueso del imperio francés. Así nació Malí.
Pero Francia siguió interviniendo en sus ex colonias como si fuesen protectorados. Y esa política de intervención militar, en general a favor de dictaduras corruptas, fue mantenida sin variaciones por gobiernos franceses socialistas y de derecha. Es ilustrativa una frase que escapó inocentemente a una agencia europea: “Los militares galos estarían contando con el apoyo del ejército de ese país africano”. El apoyo.
Esto no quiere decir que en Malí no haya problemas. El mapa parece la unión de dos triángulos y, si se mira una imagen satelital, se verá que efectivamente el triángulo del norte es desértico -hogar de tuaregs- y el del sur es sabana -de población negra y sede de tres grandes imperios africanos desde el siglo VIII-. La capital, Bamako, está al sur del sur.
Las tensiones existieron siempre. Pero la caída de Kadafi liberó a numerosos grupos mercenarios contratados por el líder libio; muchos de ellos tuaregs malienses. Y, además, dejó más o menos perdidos por el desierto lo que se estima más de mil depósitos de armas de última generación. En el entrevero, otros grupos islamistas, a los que Kadafi había combatido, como Al Qaeda, pudieron moverse libremente en lo que parecía un área vacía. Estos tuaregs bien armados y con líneas de suministro casi inagotables, decidieron ayudar al movimiento independentista del norte de Malí, Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad, al que se suma el grupo islámico liderado por Ansar Dine y el grupo salafista del argelino Abou Zeid, señalado como jefe de Al Qaeda del Magreb.
Desde 1991, el país estaba teniendo gobiernos electos. Pero los militares, ansiosos por la amenaza de la guerra civil, derrocaron al presidente Amadou Toumani Touré en marzo de este año, lo que quitó legitimidad no solo al gobierno central, sino a la misma idea de un país unificado.
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