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El sagrado mercado se convirtió en un monstruo

editorial PUBLICADO el Domingo 20 de enero, 2013
La República Digital

La Unión Europea está viviendo una de las situaciones más difíciles desde su creación en 1957 con la firma del Tratado de Roma. La economía especulativa, engendrada por el neoliberalismo, ejerce el control de la política por medio de los monstruos sagrados de nuestro tiempo: los mercados.

En función de los intereses del momento, los mercados obligan a los Estados a someterse a su voluntad a través de los conglomerados financieros que los controlan con la ayuda de las agencias calificadoras de riesgo (en inglés “rating agencies”).

Estas agencias emiten juicios sobre la solvencia de los Estados y de las empresas no en función de evaluaciones objetivas, sino de acuerdo con los intereses –variables– de sus principales clientes, precisamente los señores de las finanzas.

La intolerable dependencia de la política en relación a la especulación financiera –y no la relación contraria, como fue en el pasado–, así como el connubio entre ciertos líderes políticos y ciertos capitalistas, y la consiguiente declinación de los valores éticos, ha desembocado en la crisis global que ha paralizado a la Unión Europea (UE), está llevando a sus países miembro a la ruina, y hace temer que pueda desintegrarla.

Esta situación aflige a todos los Estados miembro de la UE, aunque en grado diferente, y en particular a los países de la eurozona. Pero también Gran Bretaña, que no se ha adherido al euro, encara un cuadro económico de extrema gravedad.

Por lo tanto, se comprende que esta involución esté alejando cada día más a los pueblos de sus respectivos líderes.

¿Cómo se puede superar esta crisis, múltiple y global que, si bien golpea en particular a Europa, también afecta a otras naciones occidentales?

Yo creo que queda una sola salida, como consecuencia del evidente fracaso de la ideología neoliberal: el cambio del modelo de desarrollo económico y la creación de un nuevo paradigma.

Es curioso comprobar la aceleración de los cambios en nuestros tiempos. En apenas 20 años hemos asistido a la declinación de las dos grandes ideologías contrarias que marcaron el siglo XX: el comunismo y el neoliberalismo.

Para que sea posible la emergencia del nuevo paradigma, debe tener lugar una revolución –que espero sea pacífica–, que restablezca la primacía de la política sobre la economía y la vigencia de valores éticos estrictos.

En el plano económico, se deben restaurar las reglas y el control sobre los mercados y acabar con los paraísos fiscales, las economías virtuales, las agencias calificadoras de riesgo y todas las modalidades que han facilitado la hegemonía del capitalismo especulativo y nos han arrastrado a la crisis actual.

Una premisa es la profundización de la democracia en nuestros países. Debemos ser más liberales, no en el sentido económico, sino en el sentido político y también social, pues estos son valores fundamentales de la identidad europea. La inversión del ideario liberal es uno de los equívocos fomentados por el neoliberalismo.

Otro concepto que hay que esclarecer es el de la identidad política. Tradicionalmente, y hasta nuestros días, las dos grandes corrientes ideológico-partidarias del viejo continente han sido la democracia cristiana y el socialismo democrático.

Sin embargo, aunque sigan llamándose socialistas o democristianos, la gran mayoría de los gobernantes de los países europeos son ultraconservadores. En verdad, hoy escasean los políticos que pueden ser considerados auténticos socialistas o democristianos.

Desde mi punto de vista, esto es lo que explica que los líderes europeos, cuando asisten a las reuniones cumbre de la UE, no tengan el coraje ni la voluntad política de modificar el modelo económico.

La reforma del modelo, aunque solo fuese parcial, implicaría necesariamente afectar ciertos intereses y hacer peligrar la connivencia malsana entre la política y los negocios, que está ligada al financiamiento de los partidos políticos. La consecuencia de esta trama de intereses es la parálisis de las instituciones europeas y de los Estados miembro de la UE.

Estamos, por lo tanto, en una encrucijada. O la Unión Europea ejecuta las reformas que la hora requiere y volvemos a ser un faro de esperanza en un mundo que es cada vez más interdependiente y que reclama un nuevo orden, o, tal como lo ha advertido un análisis del comité de sabios presidido por Felipe González, nos encaminaremos hacia una triste e inevitable decadencia.

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