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pedro vaz ramela

El adiós a un ser humano cabal

Gonzalo Perera
Científico, docente, analista
PUBLICADO el Sábado 8 de diciembre, 2012
Gonzalo Perera

Hay columnas que uno desearía no tener que escribir jamás.

Esta es una de ellas, querido lector.

Las noticias, frías y asépticas, le dirán que el pasado miércoles falleció de un accidente cardiovascular el embajador uruguayo en Chile, Pedro Vaz Ramela, quien fuera canciller de la República en el último período del gobierno de Tabaré Vázquez.

A poco de hurgar en su historia, un sentimiento de pérdida difícil de digerir, seguramente desbordará a cualquier persona de bien.

Pedro Vaz había cumplido apenas 49 años el pasado 2 de diciembre. Para las expectativas actuales de vida, cabía el derecho de contar con su aporte y talento por 25 años más. Y de talento vaya si cabe hacer mención. Doctorado en Derecho con apenas 24 años, ingresó como funcionario de carrera al Ministerio de Relaciones Exteriores en 1989: 23 años de trayectoria en la que fue ocupando diversas y crecientes responsabilidades donde sobresalen naturalmente un puesto tan crucial como el de embajador en Brasil, y los ya referidos de canciller de la República y embajador en Chile.

Pero para quien esto escribe la sensación de pérdida enorme de talento y capacidad se amplifica y se hace nudo denso y asfixiante garganta adentro cuando se agregan las memorias personales.

Pedro Vaz era el gurí que vivía apenas a una cuadra de mi casa en mi Rocha natal. Un poco mayor que yo, compartíamos la voracidad por la lectura de la historia desde la infancia, y seguramente entre los dos dimos cuenta de algunas excelentes colecciones en la materia, que mis padres ponían a disposición en su librería “Barlovento”, aún sabiendo que no eran precisamente “best sellers”. Lo recuerdo a Pedro hurgando largos ratos entre los ejemplares de esas colecciones, momentos en los cuales intercambiábamos recomendaciones y comentarios sobre lo que cada quien había leído. Actitudes como esa, nos hicieron a ambos acreedores al apodo de “Cabezón” y similares, aunque en lo personal dejo clara constancia de que me resulta evidente que la versación y fineza intelectual de la que Pedro hacía gala excedían con comodidad mis inquietudes y esfuerzos. A esos recuerdos de infancia se suman los amigos en común, todos quienes alguna vez fuimos gurises en aquella Rocha que tanto quiero, pero que era difícil, pues era la Rocha de la dictadura, y donde ser distinto no era materia sencilla. Muchos nombres y rostros vienen a mi mente que deben estar llorando y, si se me permite, interpelando a la vida por semejante pérdida, imposible de no contrastar con la extraordinaria longevidad de otra clase de seres humanos particularmente signados por la crueldad. Muchos nombres y rostros, sobre todo de quienes fuimos entonces gurises, a pocas cuadras unos de otros en mi pequeña y querida Rocha, y que hoy somos adultos, pero a poco más de mitad de camino en una vida de duración normal.

Pero si esto no fuera suficiente, Pedro era el hijo de Dagoberto Vaz Mendoza y Marita Ramela. Dagoberto, maestro y maestro de maestros, de origen en el Cerro Largo rural, poeta campestre que llevaron a música en piezas inolvidables Los Zucará, se “aquerenció” en Rocha por el amor a Marita, exquisita persona y gran promotora del saber y querer saber. Dagoberto fue el principal referente del Partido Socialista del Uruguay en Rocha y candidato a intendente por el Frente Amplio en aquellas épocas tan duras, donde se intentó asesinar a Seregni en mi pueblo natal y donde el ómnibus de la caravana electoral frentista fuera baleado en el Castillos de mi madre, abuelos y bisabuelos, resultando en la trágica muerte de un niño. En esas épocas, Dagoberto le puso cara a la tricolor de Otorgués y quiso la vida que falleciera poco antes del triunfo electoral del Frente Amplio. Cuando en mayo del 2005 observaba con un nudo en la garganta imágenes que décadas atrás eran impensadas, una enorme caravana celebrando por las calles de Rocha la elección de Artigas “Chueco” Barrios como intendente frenteamplista de Rocha, no pude evitar sentir que hubiera sido elemental justicia que Dagoberto lo hubiera podido ver. Eso motivó que escribiera alguna nota que lo recordaba. Recuerdo una nota titulada “La sonriente revolución esquinera”, pues Dagoberto solía reunirse a dialogar con vecinos en la esquina de mi casa sobre los avatares de la vida y la sociedad, sin abandonar jamás ni un pantalón gris, ni una camisa blanca, ni sus lentes, pero menos que menos, una enorme sonrisa, aun en los momentos más jodidos.

Cuando Pedro Vaz es designado -por su sobresaliente competencia técnica- primero embajador en Brasil y luego canciller, de algún modo sentí que aunque Dagoberto no hubiera visto un triunfo para el que tanta vida apostó, al menos su sangre estaba allí, colaborando en llevar adelante la gestión frenteamplista. Con la fineza y calidad humana que le eran propias, en una oportunidad que coincidí en un acto oficial con Pedro Vaz el canciller, hizo un breve aparte para agradecerme el recuerdo de Dagoberto. Un gesto muy pequeño, pero que dice muchísimo sobre la persona involucrada.

La pérdida de Pedro Vaz Ramela es objetivamente perceptible para cualquier ser razonable; un hombre brillante y de alta capacitación, de flamantes 49 años de edad, en un país chiquito es un bien incuestionablemente escaso e intangiblemente valioso.

Pero entenderá el lector que para quien suscribe y para muchísimos rochenses, particularmente de quienes transitamos de los 40 a los 50 años, la pérdida adquiere las dimensiones de un cráter lunar, y llena de un extraña mezcla de profundo dolor y un poco de rabia ante una verdadera cretinada de la vida.

Desearía no haber escrito jamás esta columna. Pero sentí que debía hacerlo. Para enviar un enorme abrazo, en medio del obvio dolor, a familiares, amigos y compañeros. Y para dejar expresa constancia de que este país tuvo el lujo de ser servido por un ser humano brillante y estudioso desde su infancia, persona recta y buena a carta cabal, fruto del amor, del compromiso, de la sonrisa serena y el cariño, del culto al saber y querer saber, y del incuestionable talento y nobleza humana que le engalanaban. Me refiero al embajador Pedro Vaz Ramela, a quien solo cabe decirle “Hasta siempre”.

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  1. NOTA PARA NECROLÓGICAS, LO SIENTO, NO PARA UN BIRLLANTE DIPLOMÁTICO DEL QUE NO SE NADA. LO SIENTO, CON ESE ARGUMENTO ESTA SECCIÓN SE CONVERTIRÁ EN POCO TIEMPO EN "GRAN ALDEA" SECCIÓN DE SOCIALES.