tiempos modernos
Por estas horas debe haber un puñado festejando y varias decenas de miles (entre los que me cuento) que confirmamos que no hemos nacido para ricos, cosa que agradezco porque si hay algo que me saca de humor son todos los papeleríos, impuestos, guardias de seguridad y problemas con la servidumbre que ocasiona el dinero en exceso.
De todas formas algunas cosas de los ricos y famosos me llaman la atención. Me enteré, hace unos días, de que el actor estadounidense Ashton Kutcher ganó en el último año 24 millones de dólares. Dos palos verdes por mes es un buen salario para el protagonista de la serie televisiva “Dos hombres y medio”; bastante más que lo que percibe la masa de mileuristas, un poco más aun que el ingreso de los uruguayos diezmilpesistas, y considerablemente más alto que el salario medio en Biafra. Pero no es cuestión de andar haciendo odiosas comparaciones que a nada conducen puesto que el mundo es así.
Ese señor Kutcher es exitoso no por sus dotes actorales o por sus condiciones histriónicas sino porque es millonario; por exquisita que sea la sensibilidad de un artista, de nada valdrá si no se traduce en ganancia material. Van Gogh es admirado en razón de las cifras astronómicas que se pagan por sus telas, más que por el impacto visual o por la emoción que estas nos causan.
En fin, el hecho es que a nadie le parece mal que haya gente que gana tanta guita. A lo sumo la gente se conmueve por los indigentes y se indigna porque mueren niños por desnutrición; pero no es común que alguien se indigne por las cifras desmesuradamente altas que ganan algunos.
Así es. A nadie le parece mal que haya individuos cuyo patrimonio supera el millón de dólares; al contrario, lo ven como un logro y el fruto de un esfuerzo personal digno de ser puesto como ejemplo. Pero claro, ¿cómo les va a parecer mal si el valor supremo en la escala de la moral capitalista es el dinero y la acumulación de riqueza? Y si para lograr ese bien superior, ese fin último, todos los medios son válidos, el hecho de que haya miles de millones de pobres es algo menor, un fenómeno del que los millonarios no tienen la culpa.
Piénsese que de todos los medios conocidos para acceder a la riqueza, solo están proscriptos y son condenables los que eligen los marginales, como por ejemplo, asaltar un banco a mano armada. Todos los otros medios de obtener dinero y de incrementar la riqueza son bienvenidos: la lucha despiadada por los mercados, la competencia feroz, la apropiación de la plusvalía generada por los asalariados, la alienación del consumidor.
Y bueno, son las reglas de juego. El que no las cumpla, que se joda: no podrá aspirar a ser millonario.
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