Miércoles, 24 de Octubre, 2012. Montevideo - Uruguay
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En escena

“Las de Barranco” en Teatro Alianza

“Las de Barranco” fue originariamente un monólogo para la actriz Orfilia Rico; consecuentemente, la pieza agota su inventiva en los primeros diez minutos.

Jorge Arias PUBLICADO el Sábado 20 de octubre, 2012

A medio camino. Sin equilibrio ni armonía.

Doña María (Cristina Morán), marrullera y pedigüeña viuda del capitán Barranco, comienza como personaje de comedia pero muy pronto se empeña en diseñar su propia caricatura. Decidida a sobrevivir a cualquier costo, no vacila en usar a la más atractiva de sus hijas, Carmen (Magdalena Long), a quien agasajan, cercana o lejanamente, diversos admiradores explotados, hasta donde puede, por la matrona. La insistencia en un mismo rasgo, en este caso la desfachatez de doña María, produce un inmediato efecto cómico; y la pieza, que se llamó al principio “Reíte un poco”, es una obra cómica o no es nada en absoluto.

La puesta en escena de Álvaro Ahunchain no se decide a tomar todo a la chacota y por momentos doña María, con su rígido autoritarismo, parece una Bernarda Alba porteña; es casi dramática; al final, un agregado sentimental de la adaptación da una nota de dolor y soledad, cuando la obra original termina, como tantas otras de la época, con la caída espontánea del cuadro que representa al capitán Barranco y sus medallas. Es posible que el director no haya tenido fe en “Las de Barranco” como obra cómica hoy; y como nada envejece más rápidamente que lo cómico, no le faltaron razones. A medio camino entre lo abiertamente cómico, que hubiera requerido mayor levedad en el desarrollo y en los diálogos, y lo dramático, la obra carece de equilibrio y armonía.

La parte cómica de la obra está en los cuatro personajes que compone, brillantemente y en el estilo adecuado, Hugo Giacchino, que sostiene y da relieve a cuatro personajes que hay que retratar de un solo golpe, porque no permanecen demasiado tiempo en escena. Cristina Morán es siempre una atracción en sí misma, pero le toca el personaje donde confluyen las dos vertientes de la obra, y su indudable talento cómico, luce apagado ante los aspectos que quieren ser dramáticos de su personaje. En cuanto a los demás actores, parecen pesar demasiado sobre la levedad de Laferrère. Probablemente es mucho más difícil ser un actor cómico que uno dramático: se requiere un desplante y soltura, una instantánea comunicación con el público que aquí no nos fue visible.

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