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Tiempos modernos

El espíritu de la patota

Julio Guillot PUBLICADO el Domingo 14 de octubre, 2012
La República Digital

Las manifestaciones y caceroleadas contra Cristina Fernández permitieron calibrar el alto nivel cultural de los opositores argentinos.

Claro, hay que tener en cuenta que esa masa de ciudadanos y ciudadanas que protestan contra el gobierno no son descamisados ni cabecitas negras ni ninguna chusma espesa. Nada de eso: son gentes bien educadas, bienpensantes y bien ubicadas en la escala social; son aquellos que no pueden tolerar que sus privilegios sean amenazados y su patrimonio puesto en peligro como consecuencia de las políticas sociales llevadas adelante por el kirchnerismo. Estancieros, industriales, banqueros; toda gente bien, comme il faut, que elevan su justificada protesta ante las exacciones de que son víctimas de parte del gobierno populachero.

Para que los lectores adviertan la lucidez conceptual y los buenos modales propios de la aristocracia argentina, transcribo algunas expresiones estampadas en los carteles que portaban los Indignados –y sobre todo las indignadas– del Barrio Norte: “Metete la Constitución en el orto, puta”; “Vieja conchuda”; “Vieja puta”; “Yegua montonera”; y otras lindezas por el estilo. Todo sic. (Remito al lector al suplemento La República de las Mujeres que se publica con esta misma edición).

Más allá de la mentalidad machista y misógina que revelan las frases citadas (no hay registro de insultos tan soeces dirigidos a un gobernante varón), lo que resulta repugnante es comprobar cómo aflora la agresividad (en este caso verbal) que anida en el alma humana cuando el emisor del mensaje insultante se siente protegido por el anonimato y el espíritu de patota.

Sobran ejemplos recientes. Recuerdo uno de los tantos conflictos entre Adeom y la Intendencia, cuando Ernesto de los Campos fue objeto de la bajeza de una patota de energúmenos. Más cerca en el tiempo, los funcionarios de la Biblioteca Nacional protagonizaron hechos de violencia contra el director y otros jerarcas. Y finalmente, le tocó al ministro de Economía experimentar la violencia verbal de los empleados de Pluna.

En todos los casos a que aludo, está presente ese espíritu patoteril profundamente cobarde; esa faceta de la condición humana que –como lo demuestran tanto los Indignados del Barrio Norte como los ultraizquierdistas montevideanos– es totalmente independiente de categorías sociales, opciones políticas o alineamientos ideológicos.

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