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editorial

Un dios de la tormenta

Jorge Majfud PUBLICADO el Jueves 6 de septiembre, 2012
Jorge Majfud

No deja de ser una curiosidad el hecho de que los conservadores religiosos pongan tantas expectativas en los fenómenos climáticos. Con excepción del calentamiento global, del cual son fuertes opositores. Cuando reconocen que existe un calentamiento global progresivo, se acuerdan de la naturaleza para culparla del fenómeno, dejando de lado alguna posible intervención humana o divina.

Todo lo demás es atribuible a Dios, según las necesidades del momento.

Ellos son los mismos moralistas que se niegan a que una mujer violada tome alguna píldora abortiva unos días después. La razón radica en que no se puede interrumpir una vida que Dios quiso. Que es estrictamente lo mismo que decir Dios quiso que algún criminal violara a esa mujer y a todas las demás mujeres inocentes que han sufrido ese tipo inigualable de violencia física y, sobre todo, moral.

No soy de los que creen que una mujer es dueña de lo que lleva en su vientre y puede hacer lo que quiera con él. Pero tampoco es la única responsable de engendrar una nueva vida. Una vez que concebimos un hijo se nos terminan algunas libertades. Yo no puedo elegir entre darle de comer a mi hijo ya nacido o echarme a descansar aunque esté agotado por una jornada de trabajo intenso.

No obstante, tampoco me convencen los argumentos de los ortodoxos que bellamente se denominan “pro vida” (como si sus adversarios fuesen “pro muerte”) y no tienen empacho de justificar o apoyar, por acción o por omisión, tantas guerras santas en defensa de Dios, la patria y el honor, las que dejan cientos de miles de inocentes muertos sin nombre, muertos que no duelen.

El sexo ajeno y el clima regional les preocupa de manera especial. Los intérpretes de un Dios invisible e inimaginable por su perfección, necesitan cosas visuales para entender su voluntad. Cosas sinópticas como el calentamiento global, las estructuras sociales o los mecanismos con los que operan las ideologías, caen todas en un gran abismo negacionista.

Cada vez que hay una catástrofe climática, como un tornado o un huracán que deja decenas de muertos, los arengadores religiosos como Pat Robertson suelen atribuirlos a la voluntad de Dios. Excepto cuando los edificios destruidos son iglesias y cuando las víctimas no son pecadores negros y pobres en su mayoría.

Daría la impresión de que el creador del Universo, un ser todopoderoso y todobondadoso, se ha comportado últimamente como un dios de la tormenta, a imagen y semejanza de algún dios azteca o de algún atrasado dios africano. El creador de la Humanidad y del Universo tiene poco control sobre la voluntad de algunos pecadores. Le resulta más fácil hacer temblar las placas tectónicas, destruyendo ciudades enteras, masacrando involucrados y descuidados por igual, que convencer a un humilde club de mala gente para que deje de bailar y consumir cerveza como animales.

Cuando en alguna ciudad se detectan algunos grupos o individuos haciendo uso ilícito del sexo o consumiendo algún producto de la lista prohibida, este dios manda un huracán o un terremoto y mata a los pecadores junto con algunos miles de niños y otros inocentes. Recurso que es periódicamente imitado por algunos fanáticos disfrazados de santos mártires y por los ejércitos mas poderosos del mundo que todo lo ven y todo lo pueden.

Se supone que la terrible muerte de un grupo de niños por causa de un tornado perdido debe ser bastante persuasivo para que los pecadores dejen de amarse de formas poco ortodoxas. Cuando el mismo tornado se desvía y pasa por encima de un grupo de elegidos, no se trata de ningún castigo divino sino de una prueba o de un premio del más allá.

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