GABRIEL VALDéZ
Gabriel Valdés, estadista chileno que acaba de fallecer fue sin duda, una de las figuras más importantes de la democracia chilena de por lo menos la última mitad del siglo pasado. ¡Si tendré motivos para estar agradecido a la vida! Conocí a Gabriel cuando yo era apenas un niño. Fue canciller de Chile en los mismos años que en estos pagos se le llamaba primer ministro al joven titular de Ganadería y Agricultura, mi padre. En aquellos años el par de Wilson en Chile era el Ing. Hugo Trivelli, pero era Gabriel y él quienes llevaron adelante el programa de cooperación de la Reforma Agraria de ambos países: en Chile era parte de la Revolución en Libertad de Frei; en Uruguay, un expediente que durmió en el Consejo Nacional de Gobierno y que solo apoyó el consejero de la minoría Oscar Diego Gestido.
Esa colaboración motivó que Chile invitara a Wilson y lo condecorara. La orden firmada por Frei se materializó en una banda que Valdés impuso en el pecho de Wilson. La ceremonia fue, cómo olvidarlo, en la bodega Undurraga (Aldunate de segundo apellido, y medio tíos nuestros) con la presencia de los Huasos Quincheros. Me atrevería (pero no quiero aburrir) a repetir todo el repertorio de los músicos que, lamentablemente, en los años difíciles tomaron un camino fácil. Pero faltaban años para ello. Pero por muchos años distraído algo de la memoria le tocaba una fibra a Wilson y le hacia tararear “ayúdeme usted compadre pa gritar un viva Chile, la tierra de los zorzales y de los rojos copihues”.
En diciembre del 67, Gestido había ganado ya las elecciones y se aprestaba para tomar posesión de su corto mandato interrumpido por su sorpresiva muerte. La despedida oficial de Wilson fue en esos días, a punto de dejar su cargo en el Ministerio, presidiendo la Conferencia Munidal de la FAO, celebrada en Punta del Este. A ella, fuera de protocolo, además de Trivelli, Hernán Santa Cruz, Jesús González y otros chilenos, llegó el canciller Valdés que venía a despedir a su amigo que dejaba el gobierno, así como personalidades mundiales como Dinahi Ranhjan Zen. Y así nació otro nivel de amistad. Culminada la conferencia, papá invitó en reserva a los Valdés a quedarse en casa y pasaron allí dos semanas de incógnito, parando siempre por Pinares… lejos de la gente. Uno dejaba el gobierno, el otro tenía la mitad del mandato por delante. Las vueltas que da la vida.
Cuando primero en Uruguay y a los pocos días en Chile el terrorismo de Estado avasalla las instituciones que debe defender, entre tantos otros hubo algunos dirigentes (no todos) que no vacilaron: ni una concesión a la dictadura. Wilson entre tantos orientales acá y Valdés allí. Aún siendo opositor del derrocado gobierno de Salvador Allende, circunstancia que para algunos chilenos justificó un prolongado silencio. Su vasta experiencia en materia internacional lo llevó a ocupar sin dificultad un alto cargo internacional en el PNUD. Después de los sucesos trágicos de mayo del 76 en Argentina, nos alojamos en su casa en Larchmont, en las afueras de NY. Le ofreció a Wilson irse trabajar con él a la ONU. Pero el viejo sabía que eso no le iba a permitir tener independencia política y declinó. En esas vueltas, Gabriel me presentó a su hijo Juan Gabriel, que no seguía los mismos pasos partidarios que el padre. Gabriel era demócrata cristiano, su hijo Juan Gabriel era del MAPU de la Unidad Popular. El destino los juntó en la misma causa cuando, recuperada la democracia, se forma en Chile la Concertación, de uno de cuyos gobiernos Juan Gabriel fue también canciller y su padre, presidente del Senado chileno. Juan Gabriel a su vez me consiguió mi primer trabajo llegado a EEUU. Era con Orlando Letelier. Pero no había pasado una semana de que JG me presentó a Orlando que éste fue asesinado con una bomba en el auto en que circulaba desde su casa al trabajo en pleno centro de Washington. Yo con pocos años acababa de escapar del terror argentino y creí que ya habría paz y seguridad al alcance de la mano. Rose Styron, presidenta de Amnesty Internacional, me llevó unos días a su casa en Cape Cod. Su esposo era William Styron, el autor de “La decisión de Sofía”.
Así, la casa de los Styron fue para mí la muralla de los Finzi Contini, un escondite ficticio del horror. Una mañana Rose viajaba a NY y quise ir con ella. Allí lo vi a Gabriel nuevamente, en menos de una semana me había conseguido un grant para trabajar en la WOLA y los contactos necesarios para poder estudiar en Washington. Obviamente, no es hora de recordar otra cosa que la enormidad de su alma y su aporte a la democracia de Chile. Estas reflexiones, historias cotidianas y sencillas son para poder decir, conocí un gigante de la democracia, que además era un ser tierno, cálido, alegre e inmensamente bueno.
(Especial para LA REPÚBLICA)
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