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Jorge Manicera: cuando el fútbol también es un arte

Miguel Aguirre Bayley PUBLICADO el Viernes 21 de septiembre, 2012
Miguel Aguirre

En una mañana gélida, teñida de gris por el fuerte viento y la incesante lluvia, despedimos a Jorge Manicera. Un grande. Del fútbol hizo un arte, enriqueciéndolo y jerarquizándolo en su más genuina expresión lúdica. Prestancia, clase y destreza sobre la grama, lo distinguieron como un jugador exquisito. Con letras de molde. Por su personalidad, distinción y técnica impar, se convirtió en un referente en los campos de juego y se ganó el respeto de los aficionados al popular deporte. Como escribía acertadamente nuestro amigo y colega Jorge Pasculli, jugaba de “galera y bastón”. Como Bat Masterson en la ficción.

Pero “Calidad”, como le llamaban desde las tribunas, fue una gran persona. Un ser de excepción, tan extraordinario como lo eran sus moñas, fintas y arabescos en los canchas. En lo personal, un amigo. Tuvimos el inmenso honor de su amistad. ¡Cuántas charlas en su domicilio de la calle Tristán Narvaja! ¡Cuánto aprendimos escuchándolo! Perfil bajo, sin estridencias. Lejos de la arrogancia de los mediocres y cerca, muy cerca, de la grandeza de los hombres forjados en buena madera.

Surgido en las inferiores de Rampla Juniors, debutó en Primera en 1959 y al año siguiente fue titular en un equipo en el que jugaban dos figuras de prestigio internacional: Óscar Omar Míguez y Ángel Labruna. Lo recordamos en un clásico Rampla-Cerro en el Parque Nelson que finalizó empatado 1 a 1, con goles de Miguel de Britos para los albicelestes y el debutante Juan Carlos Borteiro para los rojiverdes. Al año siguiente pasó a Nacional, consagrándose campeón uruguayo en 1963 y 1966. Después, actuó con gran suceso en Flamengo de Río de Janeiro desde 1968 a 1970, siendo su capitán. Defendió con clase y coraje a la Selección de Uruguay en varias oportunidades. Su actuación en Wembley en el Mundial de Inglaterra en 1966, fue brillante.

Años después lo conocí personalmente en Maroñas. Era aficionado al turf. Estaba con Óscar O. Míguez. Eran muy amigos. Desde entonces, cultivamos una linda amistad, conocí a su familia y compartimos gratos momentos. Una vez le pregunté sobre la famosa incidencia que salvó con una chilena espectacular sobre el arco de la Colombes. “Era un clásico con Peñarol por la Copa Libertadores. Faltaba muy poco para terminar el partido y Nacional ganaba 1 a 0 con gol del brasileño Celio. En un ataque de Peñarol nuestra defensa quedó desacomodada. Vi que Rogelio Domínguez salía presuroso del área chica y observé que Julio César Abaddie iba a rematar por encima del golero con el arco libre. Lo único que podía hacer era correr hasta el arco. No había tiempo ni posibilidades para otra cosa. En la misma línea alcancé a despejar de chilena. Era mi única carta. Una exclamación impresionante surgió desde las tribunas, solo comparable a un gol”.

Con Jorge Manicera conversábamos de varios temas, pero siempre nos hacíamos un tiempo para hablar de Rampla. No hace mucho, le pregunté por qué no iba más al fútbol. Me respondió que hacía más de veinticinco años que había dejado de ir. Le dije si quería ir a ver a Rampla. Su cara cambió y percibí cierta emoción en su expresión. “Entonces vamos a ir”, le dije. Fue la única vez que volvió a un escenario de fútbol. Nos llevó el entrañable profesor Modesto Turrén, gran ramplense y ex jugador de los rojiverdes, hoy preparador físico de Liverpool. A cada paso, era saludado con afecto y simpatía. Otros le pedían para sacarse fotos con él. Estaba con nosotros en la tribuna del Estadio Olímpico, el mismo escenario del Parque Nelson donde fue protagonista. El tablón había dado paso al cemento. Como los “friyis”, de su época de esplendor, a los “picapiedras”. En esa tarde soleada, Rampla le ganó 1 a 0 a Tacuarembó, con un gol de Nicolás Guevara…

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