"terror en chernobyl"
No solo los deportes “extremos” parecen estar de moda. También existe un rubro de “turismo aventura/shock” que apuesta a la adrenalina pura. Quizás sea uno de los síntomas que hace a los nuevos tiempos; un arriesgarse por deporte como el caso del denominado salto “bungee” donde el interesado se lanza desde un puente amarrado a una soga elástica para experimentar una sensación suicida.
Ahora también está de moda este turismo alternativo que hubiera resultado impensable en otras épocas. Posiblemente pueda tratarse de un voyeurismo perverso que busca “sensaciones nuevas”, una inquietud que en el largometraje “Hostal” adquiría otras dimensiones de crueldad activa. De ahí que lugares inhóspitos como el desierto de Sahara -con una temperatura de 48 grados-, zonas con volcanes en erupción o el corazón del Amazonas puedan resultar atractivos para aventureros que arriesgan su vida con escasos recursos en medio de la nada.
Como si el impacto de montaña rusa que ofrece un parque de diversiones resultara prólogo aburrido para comenzar la movida, estos particulares turistas buscan lo insólito y peligroso a modo de pasatiempo. (No olvidemos, por ejemplo, que media docena de millonarios ya se han animado a subir en un transbordador espacial tratando el asunto a modo de simple viaje de placer por algún circuito europeo). De ahí que la Central Nuclear de Chernobyl, uno de los mayores cataclismos en la escala internacional de accidentes relacionados con potencial radioactivo -como podría haber sido, en su momento, Hiroshima luego del bombardeo- adquiere valor de icónico a modo de “peligro de muerte” para sibaritas proclives a la ruleta rusa en clave de entretenimiento.
Es probable que el realizador Oren Peli (”Paranormal Activity”) tenga una especie de sexto sentido para recabar este tipo de búsquedas ya que, según señaló en una entrevista, la idea de escribir un guión sobre jóvenes paseanderos que deciden visitar ese lugar maldito se le ocurrió al ver en Internet una foto de la devastada ciudad que albergaba a los trabajadores del mencionado centro atómico. (Aparentemente, este creativo de la nueva era extrae sus iniciativas del mundo virtual; recordemos la infinidad de “actividades paranormales” registradas en youtube que el productor recicló, con poco dinero, convirtiendo el largometraje homónimo en un suceso mundial).
Esta especie de pseudo realities-documentales ficcionados ha logrado su cuota de atracción y el filme en cuestión aborda la peripecia de una incursión al pueblo fantasma de la mano del director debutante Brad Parker. Este es el punto de partida por la que tres parejas de excursionistas aburridos de vagar por el Viejo Mundo aceptan la oferta de un ex integrante de fuerzas especiales -convertido en agente viajero y guía explorador- para meterse en la boca del lobo con un contador Geiger en la mano. (De hecho, la inverosímil excursión sería un dato de la realidad que Ucrania explota convirtiendo una población cercana a la hecatombe como “uno de los destinos más populares” de su oferta itinerante).
De todos modos, como es de esperar en este tipo de realizaciones, el show se complica ya que desde el comienzo el área ha sido imprevistamente restringida de acceso al público y -luego de evadir furtivamente las barreras- la expedición advierte que la zona de desastre no parece estar deshabitada del todo (la leyenda urbana señala que algunos pobladores no habrían abandonado la locación a pesar del riesgo) y pronto la sofisticación nómade del tour se transforma en horror desenfrenado.
Lo cierto es que -en este caso- Parker no hace otra cosa que reiterar la fórmula de Peli (con ese registro movedizo que parece la tarea de un cameraman de noticiero grabando una situación de crónica roja en pleno conflicto) desperdiciando una vuelta de tuerca que podría haber resultado más interesante, incluso con apuntes reflexivos sobre cierto maligno snobismo consumista. Si bien, en principio, se logra generar toda una atmósfera de verosímil desolación, la receta va perfilándose paso a paso con ingredientes que hacen a: camioneta que no arranca, sombras depredadoras que atacan en la oscuridad, perros transformados en fieras hambrientas, la desaparición paulatina de los integrantes del circuito en medio de la cacería y la habitual carrera desesperada hasta un desenlace de corte “sorpresivo”.
Al fin de cuentas, este hiperrealismo terrorífico ya está agotando un poco aunque no ignoramos que la industria seguirá apretando el pedal (se vienen nuevas ediciones de “Rec”, por ejemplo) hasta que la taquilla ordene. Los amantes del susto están advertidos de la posible contaminación.
“Terror en Chernobyl”. (Estados Unidos, 2012). Dirección: Brad Parker. Guión: Oren Peli, Carey Van Dyke y Shane Van Dyke. Producción: Oren Peli y Brian Witten. Fotografía: Morten Soborg. Edición: Stan Salfas. Vestuario: Momirka Bailovic. Música: Diego Stocco. Con Jesse McCartney, Jonathan Sadowski, Olivia Taylor Dudley, Devin Kelley, Ingrid Bolso Berdal, Nathan Phillips y Dimitri Diatchenko.
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