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En el mes de la diversidad sexual

editorial PUBLICADO el Miércoles 5 de septiembre, 2012
La República Digital

Nadie discute que el comportamiento sexual de los seres humanos responde a cuestiones emotivas, vinculadas con los más recónditos impulsos del inconsciente; algo que constató Freud hace más de cien años, cuando denunció la feroz represión que la cultura judeocristiana había ejercido sobre el sexo.

Felizmente, desde un tiempo a esta parte, Occidente ha comenzado a sacudirse toda la herencia de dos mil años durante los cuales la Iglesia y la sociedad censuraban implacablemente toda actividad sexual que no tuviera por único fin la reproducción de la especie. Obviamente, las relaciones homosexuales, al no tener ese objeto reproductivo sino simplemente la búsqueda del placer, fueron condenadas con todo el rigor de que son capaces las instituciones en las que radica el poder: la Iglesia, el Estado, la sociedad toda. Aún hoy las autoridades eclesiásticas catalogan las prácticas homosexuales como una enfermedad.

Pero la historia demuestra que los totalitarismos están condenados a la derrota, y que tarde o temprano, la libertad se abre paso para desarticular la pacatería y los tabúes. Es que las fantasías sexuales están presentes en todos los seres humanos, hombres y mujeres, y la represión, por violenta que sea, es incapaz de ejercer su rigor e imponer sus prohibiciones sobre el inconsciente de los individuos.

Como decimos más arriba, felizmente los tiempos han cambiado, y aunque la Iglesia mantenga su postura anacrónica, ha habido una más que saludable liberalización de las costumbres que permitió romper tabúes. La condena social ha perdido fuerza, y la sociedad tolera sin problemas las relaciones prematrimoniales, por ejemplo, algo mal visto hace no muchos años. Incluso ciertas prácticas consideradas aberrantes hace cincuenta años, como el sexo oral por ejemplo, son admitidas cada vez con menor resistencia.

No obstante, la homofobia pervive en buena parte de la sociedad, y los homosexuales -varones y mujeres- sienten la discriminación sutil o desembozada de parte de ciertos sectores de la sociedad, generalmente añosos y conservadores. Entre la juventud y en los niveles culturales más elevados, en cambio, se acepta como algo perfectamente normal la existencia de parejas homosexuales.

Es contra esos resabios medievales que los colectivos que agrupan a homosexuales, lesbianas, travestis y transexuales, llevan adelante sus movilizaciones siempre transgresoras. Su lucha es legítima en la medida que subsista esa mentalidad retrógrada, cavernaria, que desconfía del diferente y que, como no concibe una opción sexual diversa de la suya, está siempre dispuesta, a priori, a denostarla.

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