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editorial

La violencia que no cesa

Julio Guillot PUBLICADO el Jueves 30 de agosto, 2012
Julio Guillot

El 11 de marzo de 2006, un joven trabajador del transporte había asistido, acompañado de su mujer y de su hijo, a un partido de fútbol entre Pañero y Cerro. A la salida del Estadio –y sin que mediara provocación alguna de su parte, salvo el hecho que portaba una bandera de su club– fue acosado por un grupo de hinchas del rival que lo agredieron a golpes y navajazos. Ante los ojos horrorizados de su mujer y de su hijo de doce años, Héctor da Cunha se desplomó sobre la vereda.

La intervención policial permitió detener a algunos y, luego de interrogatorios, pesquisas y careos, la Justicia procesó a dos de ellos. Pero por más que se haya castigado a los culpables del brutal homicidio, la muerte de Héctor es irreversible y así lo ha vivido su familia, que no logra comprender por qué un trabajador y militante social de innegable espíritu solidario debió pagar con su vida generosa por la frustración y la ira demencia de un puñado de energúmenos.

Dos años después, la esposa y otros familiares de da Cunha entendieron que el luctuoso episodio no debía darse por concluido con el procesamiento de los responsables, y fue así que tuvieron la idea de que en esa fecha del 11 de marzo se conmemorara el hecho como una forma más del combate contra la violencia en todas sus manifestaciones. Expusieron su sugerencia a las autoridades, éstas fueron sensibles al planteo, el MEC hizo suya la iniciativa y el Senado aprobó por unanimidad que se declarara el 11 de marzo de cada año “Día Nacional de la No Violencia”.

A partir de entonces, ese día se presta para proceder a una reflexión colectiva sobre la naturaleza de la violencia, sus causas y la forma más eficiente de combatirla. En el debate que tuvo lugar en el Senado al tratarse el proyecto de ley, varios fueron los legisladores que se refirieron al tema con exposiciones valiosas. Todos coincidieron en la necesidad de enfrentar el flagelo de la violencia que se ha instalado en la sociedad y señalaron que se trataba de un primer paso en ese sentido. También hubo consenso en cuanto a que sea el sistema educativo el encargado de dirigir el combate.

El tema de la violencia no es menor. Sin olvidar que los comportamientos violentos son parte integrante de la psiquis humana y que la agresividad se ha manifestado desde las primeras formas de organización social, hay que reconocer que el ser humano ha evolucionado desde aquellos remotos tiempos, se ha dado una normativa jurídica para convivir y se ha dado un código moral que incluye ciertos valores comunes a todas las civilizaciones. Que el ordenamiento jurídico internacional y los valores para una convivencia civilizada son pisoteados a diario, nadie lo niega; basta ver los innumerables conflictos bélicos que ocurren en todo el mundo. Pero la constatación del hecho no enerva los argumentos a favor de las conductas pacíficas y solidarias ni la lucha diaria que debemos llevar adelante contra las prácticas violentas.

El sistema educativo deberá, pues, ser el gran protagonista de ese combate. Pero no olvidemos la enorme responsabilidad de los grandes medios de comunicación masiva. Vano será el esfuerzo docente si los medios audiovisuales siguen promoviendo, a través de sus programas chatarra y de sus juegos electrónicos imbecilizantes, toda la serie de anti-valores que todos conocemos.

También debemos preguntarnos si esa agresividad larvada que se manifiesta con cualquier pretexto no responde —en tanto un hecho cultural (en su acepción antropológica)— a una infraestructura, a un modelo económico, a un sistema de producción que ha alienado y sigue alienando a los seres humanos.

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