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El auge del “capitalismo moderno” y el ocaso de la política

Roberto Savio PUBLICADO el Domingo 19 de agosto, 2012
Roberto Savio

Algún día habrá que reflexionar sobre el impacto que la caída del Muro de Berlín ha tenido tanto en el mundo de los vencedores como en el de los vencidos.

 

Los vencedores del comunismo fueron los políticos, que tenían a disposición la fuerza militar y las nuevas tecnologías. Las corporaciones jugaron un papel fundamental, pero indirecto hasta entonces. Y los defensores de Occidente de aquella época (estamos hablando de 1988), presentaban como modelo un capitalismo que hoy está en vías de extinción.

 

Ese capitalismo se había confrontado con las luchas sociales consiguientes a la Revolución Industrial y había incorporado progresivamente valores como la justicia social, la participación y la democracia, en la base de la organización social. Un capitalismo que había aceptado los sindicatos, las concertaciones entre sindicatos y empresas, y el trabajo como un derecho fundamental.

 

A comienzos de julio, David Brooks, el comentarista conservador de The New York Times, salió en defensa del “capitalismo moderno”, observando que la codicia es un fuerte estímulo para el éxito. Afirmó que si se han deslocalizado centenares de miles de puestos de trabajo, es porque el “capitalismo moderno” tiene una visión global, no meramente nacional.

 

Esto ha implicado la creación de otros tantos puestos de trabajo en países del Tercer Mundo, lo que es objetivamente un resultado de honda significación social. Según Brooks, el capitalismo moderno sigue siendo el único motor de la historia.

 

Este tipo de lógica hubiera sido impensable antes de la caída del Muro de Berlín. A nadie se le hubiera ocurrido elogiar la codicia y presentar como una idea positiva la eliminación de millones de puestos de trabajo, en nombre de mayores ganancias para las empresas. Que esto se lea en un diario respetable nos demuestra cómo está cambiando el mundo.

 

El motor del “capitalismo moderno” es la finanza, no la industria. La industria fue el motor del viejo capitalismo. En un breve período los capitales se han concentrado en las finanzas, para obtener mayores ganancias que con la industria.

 

Es ilustrativo saber que, en 2010, el valor promedio de la producción mundial de bienes y servicios en un día era de casi un billón de dólares, mientras en el mismo lapso las transacciones financieras ascendían a 40 billones. Las transacciones se cuadruplicaron entre 2004 y 2010.

 

La incapacidad de la política para controlar las finanzas es la razón de la fuerza avasalladora del “capitalismo moderno”. Lejos de defender y aplicar las constituciones, la política se ha convertido en un instrumento al servicio de los mercados. No sé cuántos lo han notado, pero hasta ahora ningún fraude del sistema financiero ha llevado a la cárcel a un banquero (recuerdo que Bernard Madoff era un individuo, no un banco).

 

Como es notorio, el último gran escándalo, la manipulación de la tasa interbancaria Libor, reveló una asociación ilícita entre un selecto grupo de bancos.

 

Uno de ellos, el banco inglés Barclays, ha sido multado con 450 millones de dólares. Su jefe ejecutivo, Bob Diamond, que había declarado en el invierno pasado “ya es tiempo que se deje de atacar a los banqueros”, ha tenido que dimitir. Y, aunque no le guste al señor Diamond, en lugar de “bankers” se vuelve a utilizar el término “banksters”, en auge durante la Gran Depresión de 1929.

 

Un presidente demócrata de aquellos tiempos, Franklin D. Roosevelt, introdujo férreas reglas sobre las finanzas que fueron abolidas, una tras otra, comenzando con las desregulaciones del presidente Ronald Reagan para culminar en 1999, cuando el presidente Bill Clinton canceló la ley Glass-Steagall de 1933 sobre separación de bancos comerciales y de inversiones.

 

El grave problema actual, a diferencia de la época de la Revolución Industrial, es que el sistema político, el garante de las constituciones, ha perdido legitimidad, especialmente entre los jóvenes. Y cada día se subordina en mayor grado a las finanzas.

 

La campaña electoral estadounidense superará este año los 4.000 millones de dólares. Y el candidato republicano Mitt Romney tiene un tesoro de guerra superior al del presidente Barack Obama. Esto ha sido facilitado porque un fallo de la Corte Suprema permite que las corporaciones hagan donaciones ilimitadas.

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