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Un país con mayor equidad

editorial PUBLICADO el Lunes 16 de julio, 2012
Editorial

La presentación de la Rendición de Cuentas del Ejecutivo al Parlamento se acompaña -como es de estilo- con un cúmulo de datos que permite pulsar la situación del país en el mundo, las finanzas del Estado y las políticas del gobierno.

Tuvieron sus titulares que el déficit del año pasado fue inferior que el proyectado; que el déficit de lluvias obligó a la UTE a usar más petróleo por un monto del 1% de todo el producto nacional; que si el Poder Ejecutivo no se hubiera hecho cargo, las tarifas hubieran debido subir al doble; que el Estado tiene reservas suficientes para pagar todos los vencimientos de deuda de los próximos años, para alejar sorpresas, pero ese monto de plata muerta obliga a pagar intereses; que más de la mitad de la deuda está en pesos, no dólares; que hubo refuerzos en numerosos rubros, comenzando por la salud, la enseñanza y otros gastos sociales.

Pero, en definitiva, todo el esfuerzo de las políticas del Estado tiene un único objetivo: transformar a Uruguay en una sociedad próspera e igualitaria. Pues, sobre eso también hay buenas noticias. Y eso es un logro importante, si se piensa en que las catástrofes sociales, como la de 2002, destrozan vidas y carreras y dejan a sectores enteros en situación tan precaria que parece irreversible. Importante, si se piensa en que luego de las crisis es normal que los sectores menos afectados tengan más posibilidades de despegue que los más desamparados. Importante si se piensa que los motores de nuestra prosperidad actual, un puñado de productos más o menos primarios de exportación, no tienden naturalmente a generar una amplia inclusión.

El índice Gini es el medidor más popular de desigualdad de ingresos. Sus cifras, a nivel internacional, no se alejan mucho de 30 a 60 puntos, por lo que un punto de ganancia es mucho. En Uruguay, desde 2004 bajó 7,6%, con una caída récord entre 2010 y 2011. Otra forma de medirlo es calcular cuánto gana en promedio el 10% más pobre en relación al 10% más rico. En 2004 percibía unas 19 veces más. Hoy solo 13 veces más. La cifra se aproxima a la de algunas de las naciones que se ponen como ejemplo.

Se sabe, además, que la indigencia bajó del 4,7% de la población al 0,5. Que la pobreza de 40% a 14,3%. Otros índices, como el de Theil, la brecha, distancia y severidad de la pobreza, han mejorado. Nuestros pobres están más cerca de la línea, a poco de salir a flote. Y han mejorado todos los índices de necesidades básicas insatisfechas (educación, vivienda, seguridad social, vivienda, servicios). Especialmente asombrosa es la incidencia de la pobreza en la población infantil. En 2004, 63,6% de los niños eran pobres; hoy, solo el 27,33.

Detrás de eso, está que el 20% más pobre aumentó sus ingresos en 75%, mientras que el 20% más rico solo el 36%.

¿Hay que estar satisfechos? No, mientras quede un pobre. No, mientras haya desigualdad social que condene a las personas con la historia de una vida castigada sistemáticamente. Nunca.

No es el triunfalismo lo que nos impulsa a repasar estas cifras, sino volver a poner sobre la mesa lo que, a fin de cuentas, era lo más importante. Estamos en el camino.

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