Esta película propicia un siempre gratificante y revelador reencuentro con el filoso talento y la sabiduría artística de uno de los directores más originales e iconoclastas de todos los tiempos.
Con medio siglo de creación cinematográfica, Roman Polanski es un autor de culto, que inició su periplo en el cine en la década del sesenta, con “El cuchillo bajo el agua”, “Repulsión” y “Cul de Sac”, títulos que ya revelaban su predilección por la construcción de atmósferas opresivas y micromundos humanos clausurados.
Su carrera, que incluye irreverentes comedias negras de trazo satírico como “La danza de los vampiros” y “Qué”, conoció un gran éxito de taquilla con “El bebé de Rosemary”, “Búsqueda frenética” y la más reciente “El escritor oculto”, entre otros títulos.
Sin embargo, su verdadera cima la alcanzó con reconocidos filmes de la talla y calidad cinematográfica de “Barrio chino”, “El inquilino”, “Tess” y “El pianista”, sin olvidar su personalísima, rupturista y poco difundida adaptación de “Macbeth”, del célebre dramaturgo británico William Shakespeare.
Inspirándose en la obra teatral “Carnage”, de Yasmina Reza, el maestro vuelve a poner bajo su escrutadora lupa a las relaciones humanas, con toda su carga de tensiones, conflictos y desencuentros.
Esta historia, que transcurre entre cuatro paredes, es la intensa colisión emocional entre dos parejas cuarentonas pequeño burguesas, unidas circunstancialmente por una riña infantil.
Empero, este episodio -que es bien menor y obviamente cotidiano- pretexta una enconada disputa entre los adultos, quienes, con sus destempladas actitudes y reacciones, hacen afloran las peores facetas de la naturaleza humana.
Todo comienza cuando Nancy (Kate Winlset) y Alan (Christoph Waltz), padres de Zachary, el niño golpeador, concurren a una reunión presuntamente conciliadora con Penélope (Jodie Foster) y Michael (John C. Reilly), los progenitores de Ethan, que es el agredido.
Empero, el encuentro -que por la presunta educación de los protagonistas se suponía distendido y civilizado- deviene en situaciones bastante caóticas e indeseadas.
En efecto, el eje del intercambio se bifurca dramáticamente, cuando afloran otras intimidades personales, familiares, sociales y hasta las siempre insoslayables miserias.
Casi nada es lo que parece ser en este juego de hipocresías, dualidades e intensos arrebatos emotivos, que destilan conflictos ocultos y amargas ironías.
Una de las claves de la narración, que tiene el sesgo claustrofóbico que identifica a casi toda la obra de Roman Polanski, es el encierro y la disputa por los espacios, con su implícito pero elocuente correlato en lo social.
Otra circunstancia que modifica la conducta de los protagonistas y destierra las eventuales inhibiciones es la ingestión de alcohol, que opera como disparador de este mutuo ejercicio de sinceramiento.
Este filme es un fuerte retrato psicológico, que, a través del inestable comportamiento de los personajes, desnuda secretos, conflictos y posturas radicalmente encontradas.
Como si se tratara de una versión contemporánea de “El ángel exterminador”, de Luis Buñuel, o de “¿Quién te teme a Virginia Woolf?, de Mike Nichols, el relato trascurre en clave de tensión dramática, más allá de su dosis de humor sardónico.
“Un dios salvaje”, que posee un reparto actoral de real excepción, es un ejercicio alegórico y reflexivo, que indaga en torno a las radicales y a menudo soterrados conflictos de la cotidianidad humana.
Ficha
Un dios salvaje (Carnage). Francia, España, Alemania y Polonia 2011. Dirección: Román Polanski. Guión: Román Polanski y Yasmina Reza. Producción: Martin Moszkowicz y Oliver Berben. Fotografía: Pawel Edelman. Música: Alberto Iglesias. Montaje: Hervé de Luze. Vestuario: Milena Canonero. Reparto: Kate Winslet, Jodie Foster, John C. Reilly, Christoph Waltz, Elvis Polanski y Eliot Berger.
