La película, que dura menos de una hora y media, explora el íntimo micromundo de un grupo familiar de estrato social pequeñoburgués y desahogada posición económica que, como otros, vive de las apariencias.
Aunque a primera vista todos parecen amarse y respetarse, esa percepción es un mero espejismo. En realidad, la verdad comenzará a fluir durante el relato, hasta un desenlace bastante caótico y ciertamente no tan previsible.
Por las pocas referencias que aportan los personajes, la historia transcurre en 2009, cuando nuestro Uruguay desafío los coletazos de la galopante crisis del capitalismo central y siguió creciendo a tasas razonables, gracias al impulso del mercado interno.
Los protagonistas del film son Jorge (Ricardo Couto) y Elena (Susana Groisman), quienes han permanecido casados durante nada menos que treinta y cinco años.
Aunque los síntomas de desgaste en la relación de pareja son bastante evidentes, el grado de deterioro no parece avizorar una ruptura ni nada que se le parezca.
El relato, que transcurre en pocas horas, comienza cuando el matrimonio convoca a sus cuatro hijos a un asado en una paradisíaca chacra de su propiedad. Obviamente, esta circunstancia no tiene nada de novedosa, porque las reuniones suelen ser habituales.
En este caso, nadie sabe qué se festeja. Sin embargo, todos comparecen a la cita en la soleada jornada dominguera, con la absoluta convicción que la velada será inolvidable.
Mientras un par de expertas manos sazona la carne del cordero de marras mediante técnicas y secretos habituales en los uruguayos, los comensales comienzan a llegar a la finca.
Separados por pocos minutos de diferencia, arriban las dos hijas del matrimonio –una de ellas a bordo de su camioneta de lujo, con su marido, su pequeño crío y su niñera- y los dos hermanos.
Obviamente, un peón del establecimiento rural prepara el fuego, para que el suculento animal comience a dorarse y a destilar sus deliciosos jugos, lo cual insumirá buena parte del día.
Empero, nadie se impacienta, porque, de acuerdo a reglas no escritas, no se podrá iniciar el ritual asador hasta que no llegue el dueño de casa, se sirva a sí mismo una bebida alcohólica y comience a mofarse de todos como es su costumbre.
Previamente y antes de integrarse a la tertulia, los invitados deberán depositar sus celulares en un sombrero, por mandato de la madre, quien le tiene una suerte de alergia a la tecnología.
Luego que todos se sientan a la mesa, el almuerzo se transforma inesperadamente en un caos y una auténtica hoguera de vanidades, que poco o nada tiene que ver con el cordero asado.
Cuando el cabeza de familia informa e ironiza en torno al motivo de la invitación y concreta el tan postergado anuncio, afloran generalizadas reacciones de furia y estupor.
En efecto, la irreverente contundencia de las expresiones espetadas por Jorge a sus seres queridos, comienza a develar oscuras mentiras, reproches, traiciones, silencios cómplices y hasta sórdidos e ignorados actos de corrupción.
Mixturando la comedia con el drama, Gabriel Drak construye un tinglado humano que reproduce todos los estereotipos de la sociedad burguesa uruguaya, con su culto a las apariencias, su vocación parásita y su ambición desmedida.
Las estupendas actuaciones protagónicas de Ricardo Couto y Susana Groisman logran disimular un reparto chato desde el punto de vista interpretativo.
Empero, “La culpa del cordero” –que irónicamente queda sin asar y sin ser consumido- es una mirada aguda y frontal sobre las conductas humanas, con un trasfondo soterradamente político.
Ficha técnica
La culpa del cordero. Uruguay-Argentina 2011. Guión y dirección: Gabriel Drak. Producción ejecutiva: Gabriel Drak y Mario Viera. Dirección de fotografía: Raúl Etcheverry. Dirección de arte: Sebastián Manuele. Música: Carlos García. Diseño de sonido: Marcelo Brouard. Vestuario: Mónica Talamás. Montaje: Gregorio Rosenkopf. Maquillaje: Laura Arias. Reparto: Ricardo Couto, Susana Groisman, Rogelio García, Lucía David de Lima, Mateo Chiarino, Andrea Vila, Agustín Rodríguez, Mariana Olivera, Ernesto Liotti y Paula Drak.