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arte
Proyectó una enorme influencia por todo el mundo, inclusive Japón, y contaminó, como un nuevo Picasso, la obra de casi todas las generaciones coetáneas y posteriores. En cierta medida, encarnó la fusión de áreas culturales disímiles: una, proveniente de Europa que absorbe las corrientes de vanguardia y otra, la vernácula, ligada a las pictografías y rituales de los indios estadounidenses y a los muralistas mexicanos. Pero además de esos factores, la universalidad de su pintura radica en el carácter profundamente interpretativo de la sociedad en que creció y vivió con frenética ansiedad.
Nacido hace cien años, el 28 de enero de 1912, en Wyoming, educado en Arizona y California, Jackson Pollock triunfará en Nueva York, ciudad en la que murió, estrellando su pesado automóvil Oldsmobile contra un árbol en Long Island, a los 44 años, gordo y borracho. Acabó, así, con su personalidad escindida, heredera de sus ancestros y que, a pesar de los tratamientos psicoanalíticos, nunca logró asumir o superar.
Portavoz de la escuela pictórica que celebrará el nombre de esa ciudad (Escuela de Nueva York), también conocida como expresionismo abstracto y action painting (pintura de acción), sus telas, de dimensiones gigantescas, corresponden a las enormes distancias geográficas del país y acentúan el acto físico de pintar. Ya no empleará solo el recurso de la mano sino de todo el cuerpo, un ceremonial alrededor del cuadro tendido en el suelo, sin bastidor. En vez de pintar actuó sobre la tela hasta transformar la materia en pura energía disparada en todos los sentidos.
Gestó la primera estética auténticamente estadounidense, mucho más que el Pop-Art, de origen inglés. Hijo de granjeros, Pollock se entretenía en contemplar la naturaleza, coleccionando huevos de aves o juntando maderas roídas, hábitos a los que luego agregó a los realizados junto a un grupo de topógrafos y en sus numerosos viajes atravesando territorios vastos contemplando el cielo desde el techo de los ferrocarriles, como un personaje típico de “Viñas de ira” de John Steinbeck. Época fácil de identificar: los años inmediatos a la gran depresión económica de 1929, cuando la alienación y la desesperanza se instalaron en la clase media, como en la actualidad.
Pollock inició su carrera a la sombra de Thomas B. Benton, para alejarse de sus enseñanzas atraído por la seducción romántica de Albert P. Ryder, anticipador de los ritmos y composiciones seguras de sus futuros cuadros.
Aceptó el estilo simple y pujante de los mexicanos Orozco y Siqueiros, sus técnicas innovadoras y experimentales, sucumbió al cubismo y el surrealismo (los maestros europeos estaban refugiados en Nueva York empujados por la guerra), se hizo permeable a la iconografía de “Guernica” de Picasso, hurgó en la técnica de la pintura en arena de los indios navajos y aprendió a disociar la línea del color hasta descubrir que la línea no tiene interior ni exterior sino que es solamente energía que se desplaza en el espacio, como a su manera le enseñaron Miguel Angel, El Greco y Rubens, manieristas y barrocos, que estudió detenidamente en los museos.
En 1947, Pollock se alejó completamente de las técnicas y conceptos tradicionales de la pintura, de la noción de belleza y el buen gusto, desparramando directamente la materia sintética y el barniz de aluminio sobre la tela colocada en el piso (algo insólito en la época), hasta obtener resultados sorprendentes que lo conducen al gesto y no al signo. Nació la “action painting”, la pintura de acción. El método del chorreado, el goteado, el salpicado, utilizado libremente con la brocha gorda o un tarro agujereado, produjo el primer gran cambio estético desde la aparición del cubismo. La pintura se convirtió en un ritual, el cuadro en un ruedo donde se entabla la batalla de elementos plásticos entre los que se construye, dialécticamente, una apretada e inextricable red surcada por los miedos del inconsciente. Detrás de los enmarañados laberintos, supuestamente arbitrarios e improvisados, se establece un orden secreto, oculto, inflexible, para cumplir con la sentencia pollokiana de que la pintura tiene vida propia y lo único que hace el autor es ponerla de manifiesto.
Pollock inventó un nuevo espacio, al que le dio una dimensión vital, el lugar concreto de la condición de la experiencia. Esa que se nutre de los ritmos febriles del urbanismo actual, se establece competitivamente en la lucha por la vida, se carga de exasperado hedonismo y hace del hombre y de su accionar una riesgosa, peligrosa aventura. La que siguió hasta el fin de su vida.