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tiempos modernos
He confesado muchas veces sobre los hechos que más me dan dolor y hoy quiero volver a referirme a ellos. Si hay cosas que me parten el alma son los niños con barriguita de melón y una lágrima desprendiéndose de uno de sus ojos. Lo otro que me duele son las mujeres pobres ahogadas en llanto. También me duele la mediocridad humana, que deja de ser humana cuando se transforma en bestia.
Voy a empezar por esto último. El miércoles en la tarde tuve la posibilidad de percibir en nuestra sociedad el resurgimiento de los sentimientos más primitivos, pues la mayoría de mis interlocutores, gente casual con la que me encontré, clamaba sin levantar la voz para que los familiares de los reclusos del Comcar, así como los propios reclusos, fueran masacrados por las fuerzas policiales.
Mientras iba cargando información de lo que ocurría, pude ver por televisión a mujeres – madres, hijas, esposas, concubinas – que insultaban a todo el que se les cruzara, mientras lloraban en medio de una verdadera histeria colectiva.
Claro que tengo claro que los reclusos fueron los responsables de lo que estaba ocurriendo, pero también sigo teniendo claro que aquellas mujeres que protestaban iban en medio de los llantos a la búsqueda de su ser querido, aunque el querido fuera alguien extremadamente cruel o extremadamente débil para dejarse llevar de las narices por la droga y los intereses económicos que la rodean.
No voy a caer en el sociologismo de izquierda, que todo se explica de forma reduccionista colocando a la pobreza como el único factor de la violencia. Pero tampoco se puede dejar de lado la miseria como factor que incide en determinadas conductas de forma sustancial y todo reducirlo a factores conspirativos del narcotráfico y la posible corrupción policial.
Estamos ante factores que convergen y como tales hay que tratarlos, siempre poniendo en primer lugar lo que es el drama humano, pero también investigando a fondo sobre la existencia de fuerzas oscurantistas que no solo alteran el clima cultural del país, sino que a la vez pueden poner en peligro la convivencia de los uruguayos y de las propias instituciones democráticas.
Al Uruguay se le ha partido el alma. Por eso hay que reconstruirla con firmeza y con sensibilidad democrática. El ingreso del Ejército en el control de los centros penitenciarios no es lo que más nos gusta. Pero en lo inmediato no hay otro camino y su sola instrumentación es la muestra de que el cuerpo policial, por lo menos en esta parte de su accionar, no está preparado para revertir esta compleja crisis que nos hiere a todos.
Compañero Legnani, hace mucho tiempo que deje, por cansancio, de insistir en que uno de los muchos “debe” que tiene la izquierda, es entender que nosotros debemos impulsar a los frenteamplistas, y sobretodo a los jóvenes a ingresar a la policía y a las Fuerzas Armadas. No serán ni traidores ni marcianos, también deberíamos de implementar mecanismos parecidos a los becarios en la administracion pública, sobretodo a los estudiantes de derecho, en cada comisaría, en cada repartición policial ejecutiva, aunque esto conlleve alguna “dificultad”. Que bien le vendría a la sociedad uruguaya crear un ambiente de que todo lo que pasa en nuestra casa, es un problema nuestro, y que nos cuesta dinero, atención, trabajo y sacrificio, la delincuencia, en cualquiera de sus formas, es un problema que o lo resolvemos entre todos, o lo sufrimos todos. Esta en cada
Comentario by Ricardo Prieto — 28 abril, 2012 @ 2:59